El honor de la reina |
El honor de la reina, segundo volumen de la serie de Honor Harrington, se hace fuerte punto por punto en los aciertos de la primera entrega, En la estación Basilisco, y enmienda una parte de sus puntos débiles. Circunstancia que debe ser recibida con agrado por los abnegados lectores de la etiquetada como space opera militarista; esas aventuras espaciales sin complicaciones donde se entremezclan batallitas de naves espaciales, encarnizados combates entre aguerridos marines, indiscriminados bombardeos planetarios y oficiales de inmaculados uniformes sometidos a una tensión continua. Tras haber demostrado su valía en la estación Basilisco, donde en inferioridad de condiciones hizo frente con singular éxito a los embates de la República de Haven, Honor Harrington recibe una nueva misión que, en comparación, asemeja su anterior asignación como una incómoda excursión campestre. El estado mayor de Mantícora la sitúa como parte de una delegación diplomática rumbo hacia el planeta Grayson, un aliado potencial sumamente atrasado que vive bajo la continua amenaza de una facción de fundamentalistas religiosos que ven en los adelantos tecnológicos un pecado capital que se hace necesario purgar. Facción que, como no podía ser menos, es alentada desde la sombra por los Havenitas, que en su afán expansionista buscan una nueva herramienta para frustrar los planes Mantícora. Para complicar la situación, las mujeres de Grayson viven completamente supeditadas a la voluntad de sus maridos, en una dominación centenaria que nadie osa poner en tela de juicio. Como resulta obvio, encontrarse con que la parte militar de la embajada está controlada por una mujer, y que éstas forman parte de toda la estructura sociopolítica de sus posibles aliados, supone un escollo a priori casi imposible de superar. Weber parece afrontar esta situación fiel a la recetilla de la aventura anterior: un plan lineal en el que Harrington deberá enfrentarse a hostilidades de complejidad creciente, derivadas por un lado de la superficie del Planeta que debe controlar y por otro del espacio exterior. De esta manera se mantiene un equilibrio entre la parte de negociación, intriga política y conflicto social, con la más crematística de la exploración, la táctica y el combate espacial. Sin embargo, justo cuando parece que vamos a encontrarnos otra vez con una historia entretenida nada sorprendente, con los buenos en inferioridad de condiciones pero sacando todo lo posible de sus exiguos recursos para darles a los malos donde duele, realiza una jugada insospechada. Utiliza el recurso argumental del machismo de la sociedad de Grayson para quitar a Harrington de plano durante una serie de páginas e introduce la incertidumbre en escena. Lo malo de saber que estás leyendo una serie de este estilo es asumir que, por muy mal que pinten las cosas, mientras haya un héroe intachable ocupando el escenario y tomando las decisiones, es seguro que todo va a salirle a pedir de boca. Sin embargo, en cuanto hace mutis por el foro ese factor de estabilidad desaparece y se realza el interés por ver qué va a ocurrir y cómo se va a salir del desaguisado en el que se penetra. Claro, Harrington va a retornar a su lugar bajo el foco y a ganar (lo hace, siento el spoiler), porque es una exigencia impuesta por la necesidad del guión. Pero tiene que enfrentarse a una situación nueva en la que durante un intervalo hemos entrevisto la derrota y, por si no fuese suficiente, el estado de sus fuerzas es mucho peor de lo que esperaba. Lo que constituye un acierto nada desdeñable. Asimismo hay que reconocer que Weber lima defectos, abandona su espantosa costumbre de deslucir la narración insertando pesadas explicaciones pseudocientificotecnológicas y se muestra eficiente a la hora de ir relatando los hechos, que en el fondo es lo que importa en un libro así. No lo es tanto a la hora de innovar en el desenlace ya que volvemos a encontrarnos con una situación idéntica a la conclusión de En la estación Basilisco, resuelto con menos de tensión, o de ir más allá de lo que ha elegido contar. El escenario nunca abandona su condición de universo de cartón piedra supeditado a la aventura más primaria, en el que la lógica no siempre es la que observamos a nuestro alrededor, el maniqueísmo es un modo de vida que nadie se cuestiona y las opciones sociopolíticas y tecnológicas tienden a ser, siendo generosos, escasamente creíbles. Algo que importa bien poco si lo que se quiere es evadirse durante unas cuantas horas disfrutando con una historia repleta de acción, intriga y confrontaciones en el espacio al límite. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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