Homínidos |
Estoy pasando una etapa un tanto aletargada; me cuesta centrarme en lecturas que requieren un cierto esfuerzo mental. Así que, con varios títulos en la pila comenzados, he decidido optar por el camino fácil y desatascarme con sendos libros facilitos, ágiles y frenéticos que no deparen excesivas complicaciones. Uno de ellos es El honor de la reina de David Weber, segundo volumen de la serie de Honor Harrington; uno de esos space operas militaristas políticamente risibles y literariamente mediocres con los que tanto disfruto. El otro es el premio Hugo de 2003: Homínidos, de Robert J. Sawyer. Una novela de ciencia ficción que mezcla antropología con universos paralelos y que abre una trilogía que continúa en Humanos y se cierra con Híbridos. Es una obra de la que se podría hablar largo y tendido analizándola desde diversas facetas, narrativas, conceptuales o, incluso, transversales. Por ejemplo del premio que se llevó, al ser el título de ciencia ficción que rompió la racha de fantasía en el Hugo de los últimos años (Harry Potter y el cáliz de fuego en el 2001, American Gods en el 2002 y Paladín de almas en el 2004). Sin entrar a fondo en el asunto, confirma la sensación de que a la ciencia ficción "clásica" norteamericana le están comiendo la tostada una vez sí y otra también elementos ajenos a ella, y no puede rechistar mucho; sin ser una mala novela dista de ser una gran historia que vaya a pasar a los anales del género. También daría pie a comentarios malidicentes sobre el hecho de que Sawyer ganase el Hugo justo el año en que la convención donde se vota se celebró en su Canadá natal. O, siguiendo con este registro tendencioso, se podría ahondar una vez más (y van...) en la presentación de Barceló, donde (de nuevo) vuelve a otorgar el rol (y la losa) de herederos de Clarke y Asimov a otro autor. Un recurso clásico de sus presentaciones (que se lo pregunten si no a los malhadados Cherryh, Benford o Brin) que bebe del mismo sitio de los que etiquetan sus libros con el reprobable El heredero de J. R. R. Tolkien. Pasando a la novela en sí, originalidad en el planteamiento inicial tiene muy poquita. Partimos con dos mundos paralelos. El primero el nuestro de toda la vida y el otro uno en el que los Neanderthales no desaparecieron sino que ocuparon el lugar que nos deparó la evolución de la especie humana, hasta el punto de convertirse en la única especie de homínidos que se desarrolló hasta la actualidad. En este escenario dos Neanderthales prueban el primer computador cuántico y debido a un accidente uno de ellos viene a parar a nuestro mundo. A partir de ahí seguimos la "recepción" que se le realiza en nuestro Canadá mientras en su universo de origen tratan de averiguar qué fue del científico desaparecido (con historia de juicios incluida). Homínidos destaca en la construcción de la sociedad Neanderthal, la gran baza sobre la que se sustenta y que le rinde nutridas ganancias al autor. Completamente opuesta a la nuestra, está forjada a partir de la más absoluta fidelidad al orden natural. De hecho su elaboración se ha llevado por el camino del desarrollo sostenible puro y duro. No hay agricultura, la población está controlada, se respeta por completo el medio ambiente, no han aparecido religiones que condicionen el desarrollo cultural,... Como curiosidad, han desarrollado una especie de dictadura de las que provoca un leve cosquilleo en el estómago por lo bien que parece funcionar; no por nada se asemeja a una utopía bucólica. Todos los Neanderthales llevan en sus muñecas el llamado Acompañante, un aparatejo que registra su vida segundo a segundo y que facilita esa información a unos bancos de memoria donde queda almacenada hasta que pueda ser necesitada (por ellos mismos o la autoridad competente). Asimismo cualquier individuo cuya culpabilidad quede demostrada en un juicio es castigado en consecuencia mientras se esteriliza a todos aquellos que compartan el 50% de su material genético (padres, hermanos e hijos), de forma que la malformación no se perpetúe en las siguientes generaciones. El "cosquilleo" no viene tanto de la propuesta, que en algún momento aparece como reprobable, como en la blandura con la que se aproxima Sawyer. En Homínidos se establece un diálogo entre las características del mundo en el que vivimos y el idílico entorno Neanderthal. Las conversaciones entre los cariacontecidos humanos y el visitante giran en torno al conflicto cultural y sus diferentes visiones de la vida, y es aquí donde se ve a kilómetros que, en el fondo, lo que una y otra vez Sawyer nos dice (al menos así lo interpreto) es mirad lo bien que nos podría haber ido si nuestro camino hubiese sido más cercano a la naturaleza de la que nos alejamos una y otra vez. Y detrás viene el consabido para hacer una buena tortilla hay que romper siempre algún huevo. ¿Acaso no es una ley natural? Pero también hay que reconocer que dentro de esta comparación que establece está el segundo gran motivo por el que leer Homínidos resulta interesante para el lector tipo de ciencia ficción. Las conversaciones a las que aludía son ciertamente cinéticas y resulta sumamente atractivo dejarse llevar por todos los temas que tratan indiscriminadamente; historia, evolución, física, medicina, demografía, antropología, sociología, religión,... van saltando a la palestra una detrás de otra y siempre con reflexiones "enjundiosas". Como su explicación de cómo ven los Neanderthales la Mecánica Cuántica, a mitad de camino entre la interpretación de Copenhague y la de los universos paralelos. Sawyer es un excelente divulgador que sabe comunicar estas ideas como muy pocos. ¿Dónde la caga entonces para quedarse en el triste terreno entre el suficiente y el bien? Justo en lo de siempre. Este señor, libro tras libro, repite con contumacia la misma receta donde la novedad reside en la idea científica que alberga detrás. Ideas que, no duele reconocerlo, se curra "cantidubi" y que son atractivas. Pero su manera de envolverlas y que se alejan de la mera divulgación son arena de otro costal. Por ejemplo, en Homínidos topamos una vez más con los tópicos personajes Sawyer a lo dramón de sobremesa. Tras el enfermo del mal de Huntington de Cambio de esquemas, el caso de pedofilia inventada de Factor de humanidad o el enfermo terminal de El cálculo de dios, aquí, a parte de una mujer despechada o sendos maridos que han perdido a sus amadas "esposas", explota (lo de explorar sería muy superficial) a una mujer violada un día antes de salir a escena simplemente para darle a la trama un punto dramático artificioso. Puro culebrón impostado del que se sirve para llegar al final a esa idea de señores, independientemente de nuestro aspecto externo, lo que nos define como humanos está en el interior. Alrededor nuestro hay monstruos que tienen nuestro mismo aspecto y tíos cojonudos cuya fachada provoca risa o pavor. Algo que no por escuchado deja de ser loable y que se podría haber conseguido sin la ración de exhibicionismo sensiblero gratuito absolutamente banal. A esto hay que unir que como personajes no se puede decir que ofrezca mucha variedad ya que chicha a parte de sus dramas "privados" no tienen. Tenemos el físico necesario para entender cómo ha podido ocurrir el viaje, la genetista que por su carrera juega también el papel de antropóloga, el médico para darnos unas lecciones de morfología y hacer las preguntas pertinentes para que se luzcan los otros dos (y el lector sin excesivos conocimientos hile las ideas),... Pero da igual el nombre. Son eso, roles sin variaciones que tienen detrás la misma personalidad que un libro de divulgación sobre evolución humana escrito por un jornalero de la escritura. Después les mete en unas situaciones que dan grima. El juicio Neanderthal por asesinato más que beber de las grandes historias de leyes emana de los episodios más chungos de la última temporada de La ley de Los Ángeles. Una trivialización del argumento observable también en otras facetas. La civilización Neanderthal está repleta de conceptos de los que hay que descubrir su significado. Algunos relativamente ajenos a la nuestra, como todo lo que rodea a su sexualidad y su reproducción. Pero otros son una mera transposición de ideas, conceptos, objetos, experiencias,... que hay en nuestra sociedad pero que se llaman diferente para hacer "extraño". Pero claro, hay que crear sólo un ligero punto de diferencia porque si se va más allá es posible que el lector tipo se pierda, se desazone, no entienda y pase. Así que el Sol es el Sol y no (por poner algo) el Lucero, los electrones, muones y piones son electrones, muones y piones, el computador cuántico es el computador cuántico (y no la máquina de todas las posibilidades),... Se queda a mitad de camino porque hay que entregar una novela cada ocho meses y currarse esta parte no haría más que dilatar el trabajo. Aunque seguramente pique con las otras dos novelas me quedo con la sensación de que por muchos años que pasen Sawyer no acierta a evolucionar como escritor; no hay diferencia entre leer El expermiento terminal, las novelas cortas con las que participó en el UPC u Homínidos. Y, para redondear la desazón, aquí había material para uno o, a lo sumo, dos libros. Pura teoría del chicle. ¿Hace falta explicarla? |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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