Los premios Hugo: 1962 - 1967
Varios autores
Martínez Roca
The Hugo Winners
1971
1987
Traducción de
C. Gelabert y F. M. Hernández
339 páginas
Ilustración de
Geest/Hoverstad

Relatos que contiene:

  • Hombres y dragones - Jack Vance

  • No hay tregua con lo reyes - Poul Anderson

  • Soldado, no preguntes - Gordon R. Dickson

  • '¡Arrepiéntete, Arlequín!' dijo el señor Tic-Tac - Harlan Ellison

  • El último castillo - Jack Vance

  • Estrella de neutrones - Larry Niven

Éste es, con toda seguridad, el volumen más flojo de toda la serie que recoge los premios Hugo. La razón parece bastante clara. Lejos de otras entregas donde hay auténticos maestros de la ciencia ficción, aquí, salvo en un caso, estamos ante lo que se vienen a llamar artesanos: autores con puntos fuertes y acusadas carencias que nunca se caracterizaron por imprimir genialidad a sus historias: ni desde el punto de vista del estilo, ni el argumental, ni la creación de personajes, ni la ruptura conceptual,... Algo observable en las piezas galardonadas estos años, en su mayoría poco más que entretenidas (cuando lo son). Igualmente se puede decir que estamos ante el volumen más bélico de la colección: cuatro de sus seis obras tratan de conflictos abiertos entre dos bandos, quién sabe si un síntoma prebélico que pone en situación para lo que se le venía a la sociedad estadounidense de la época.

Para empezar, de Jack Vance se recogen sus únicas obras agraciadas con un gran premio de ciencia ficción: "Hombres y dragones" y "El último castillo", sendas narraciones que van de la mano. Ambas son historias rutinarias que beben de la pura fantasía medieval con unos leves toques más o menos científicos; presentan una situación harto semejante, con una humanidad que ha esclavizado a una raza alienígena con la que está destinada a enfrentarse; gravitan en torno a sistemas sociales feudales con una fuerte separación en castas; están protagonizadas por aguerridos personajes que, junto a un tercer grupo neutral en la contienda, van a suponer la diferencia; tienen una estructura idéntica encaminada hacia unos combates finales a cara o cruz;...

Su virtud se encuentra en lo rápido que te mete Vance en sus sociedades (nada originales, por cierto), lo entretenidas que resultan y lo apropiado de su desarrollo, especialmente en el caso de "Hombres y dragones". Como de un espejo se tratase, establece una significativa contraposición entre la civilización humana que es atacada y la alienígena que intenta domeñarla. La primera, en tiempos inmemoriales, cautivó a miembros de la segunda y, tratándolos como vulgar ganado, obtuvo unas bestias hechas para la guerra que son su pura carne de cañón; en primera línea del frente dan la cara y son los mayores depredadores de sus "hermanos". Mientras, la segunda ha obrado de la misma manera y tiene como infantería a humanos alterados, que con una tecnología más avanzada constituyen unos oponentes dignos de las bestias. Y es que, como es habitual en Vance, el hombre es lobo para el hombre y el alienígena... también. Esta dureza asociada a la guerra se observa en las violentas y salvajes secuencias bélicas, estableciéndose una sólida reflexión sobre la incomunicación, la esclavitud y la dominación. Sin embargo, en su desenlace acusa su extensión y un ritmo moroso y dilatado en demasía.

A su vez, en "El último castillo" la anquilosada sociedad humana va a pagar sus canalladas del pasado a manos de sus esclavos porque, fruto de su inmovilismo, no parece muy consciente de la amenaza que se cierne sobre ellos. A parte de esta sensación de parálisis y adocenamiento mental, no se aleja de lo enumerado sobre "Hombres y dragones", salvo que hay menos acción. Se ciñe al esquema comentado, con pocas innovaciones, una ambientación previsible y un desarrollo ligeramente aburrido.

Otro que se suma al carro de la ciencia ficción bélica es Poul Anderson con "No hay tregua para los reyes". En unos EE.UU. divididos y en plena reconstrucción tras la tercera guerra mundial, en la costa oeste hay un golpe de estado y el ejército se escinde en dos ramas: una a favor de los golpistas y otra fiel a la constitución, en inferioridad de condiciones pero con más experiencia. Al igual que con Vance, hay un tercer bando reacio a participar en la batalla, aunque con unas connotaciones diferentes: poseen poderes telequinéticos que pueden terminar rompiendo el equilibro. Y, como no podía ser de otra manera, acaban participando. La narración se hace tediosa, fomentando la lectura en diagonal: las descripciones son superficiales, el lenguaje funcional, los diálogos mediocres, los personajes un cúmulo de estereotipos, los hechos monótonos,... Al final ganan los que la ciencia ficción clásica determina que ganen: aquéllos que desean un estado tranquilo que no regule la vida de sus miembros.

Un gran amigo de Anderson fue Gordon R. Dickson, que un año más tarde se llevó el premio por un relato similar pero de factura superior: "Soldado, no preguntes"; una de sus múltiples piezas de su serie sobre los Dorsai. Para los que lo desconozcan, los Dorsai son unos mercenarios procedentes de un planeta donde sus habitantes están especializados en el arte de la guerra. Han sublimado su arte hasta un punto en el que se han convertido en invencibles, y tienen un código a imagen y semejanza del Bushido, al que son fieles por completo. En este contexto, un periodista de la Tierra con un propósito oculto se acerca a un apartado planeta para cubrir una contienda entre los Amigos, un cúmulo de fundamentalistas religiosos locos y despiadados, y los Exóticos, una rama de la humanidad más filosófica y "sabia".

La historia es una de buenos contra malos de las de toda la vida, aunque goza de connotaciones conceptuales que la alejan del paradigma. Sus ideas acerca de las "culturas de la astilla", surgidas de la especialización propia del conocimiento humano que propician sociedades decantadas hacia aspectos muy concretos (una potente metáfora sublimada del puro progreso de nuestra civilización, basado en la transición de la sabiduría hacia la erudición); la ontogenia, una derivación de la psicohistoria asimoviana centrada en los cambios que un individuo particular puede hacer, llevado por su propio interés, en el curso de los acontecimientos; y una conveniente moraleja sobre la diversidad en contraposición a la uniformidad, dan color a la trama. Una novela corta algo más que entretenida.

A continuación encontramos el que se puede considerar, de largo, la mejor narración del volumen, obra de un Harlan Ellison tocado por una varita mágica y en pleno arranque del movimiento que intentaría cambiar la ciencia ficción: la new wave. En un cuento que parte de una idea tan sencilla como vamos a reírnos un poco de la rigidez horaria establecida por la sociedad capitalista insufla estilo, mala leche, precisión, humor y un título soberbio para conseguir una factura impecable. Destaca el "héroe único" protagonista, un concepto muy suyo, puro producto del sistema del que ha decidido salir para, echando piedrecitas en los engranajes, comenzar su peculiar revolución. Soberbio juego de intenciones que supone la antítesis del cierre de la antología: "Estrella de neutrones", una de esas dramatizaciones de artículos del Physical Review que utilizan los efectos más conocidos que tienen en sus proximidades estos cuerpos celestes para hacerlos "caer" sobre un intrépido explorador. No hay más cera que la de la divulgación que arde. Uno de esos cuentecillos de curiosidades científicas que cultivó Larry Niven que, si no sabes de qué van, aprendes una leve anécdota, pero que está muy lejos de la cúspide de este modelo y que escribiría años más tarde: "Luna inconstante".

Para terminar el comentario (tan personal como viene siendo habitual), debo mencionar algo que quedó colgado en la anterior reseña por falta de espacio: lo desaprovechadas que están las presentaciones que realiza Isaac Asimov tanto a cada volumen como a cada cuento. Para los estudiosos de la parte rosa de la ciencia ficción yanki, suponen un ejercicio a mitad de camino entre "Aquí hay tomate" y "Un día en la vida de una convención mundial de ciencia ficción. Por Isaac Asimov" que tiene un pase. Pero aquéllos que quieran saber algo más de sus autores, la época en que se escribieron, cómo estaban de relacionados los cuentos con sus respectivas obras, las ideas de las que tratan,... van de craneo. Es un festival de puro marujeo, anodino e insustancial digno de una geta adamantina. Asimov daba para mucho más que para esto.

© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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