Sueño temerario |
Sueño temerario es la ópera prima de Roger Levy. Nos sitúa en un futuro cercano donde nuestra sociedad se enfrenta a los desastres ocasionados por la degradación del ecosistema planetario y a una serie de cataclismos geológicos de dimensiones colosales (¡lo que tiene poner una bomba nuclear en una fosa abisal!). El sueño de conseguir un hábitat mejor se cedió a dos expediciones al planeta Dirangesept, pero ambas fracasaron de forma estrepitosa convirtiendo el anhelo en pesadilla y frustración. Jon Sciler, antiguo miembro de los guerreros lejanos, nombre con el que se conoce a estos "colonos" enviados a tomar el control del planeta, después de un tiempo, a raíz de una serie de circunstancias, comienza a trabajar para Laberinto, una corporación que está probando un nuevo juego de realidad virtual. Una realidad virtual prácticamente indiscernible de la nuestra y que parece la puerta hacia ese mundo sano y libre que el nuestro ya no es. En este argumento el autor coloca todos los estereotipos habituales de la novela cyberpunk más pedestre. Ahí están el dotado protagonista caído en desgracia; los secundarios que le fuerzan a actuar; una realidad al borde del cataclismo cada vez más desestructurada; un desarrollo donde la informática, la realidad virtual y las IAs tienen un papel esencial; una gran corporación y un megalómano detrás del asunto;... Esta carencia de variedad en sí misma no constituye un problema. Eric Brown o Rodolfo Martínez, con mimbres no muy diferentes, han logrado recientemente buenos resultados. Sin embargo Levy bordea con temeridad la línea que separa lo logrado de lo aburrido. Casi siempre en los fragmentos que se desarrollan dentro del "juego" que experimenta Sciler y que se come más del 40 % de Sueño temerario. Ese "sueño temerario" al que acude periódicamente nos sitúa en un entorno fantástico en el que los jugadores/durmientes despiertan para encontrarse con un pueblo enclavado en una pseudo edad media en la que la magia funciona y existe una ostensible amenaza de unos seres provenientes de una especie de tierra de los muertos. Seres que, como no podía ser de otra manera, se sienten especialmente atraídos por Sciler. Todo esto, que, para un observador externo, tiene un interés muy limitado, choca con la limitada habilidad de Levy para crear y transmitir este entorno. La pobreza de medios con la que está desarrollado, plenamente superado por cualquier juego permanente de los disponibles ahora mismo a través de internet, resulta notoria. Más si se compara con el competente retrato de futuro en el que está inmerso. Esta falta de credibilidad también anega todo lo que rodea a Dirangesept, que más que un mundo real parece una partida del space invaders ligeramente adaptada que muestra muy poca cabeza en su planteamiento, supeditado al ciento por ciento a las necesidades argumentales y no a un desarrollo cabal. Y es una pena porque la novela tiene facetas positivas. Aunque científicamente el colapso en el que vive la Tierra no sea muy creíble, como ya he dicho, el escenario es resultón. Asimismo hay varios puntos donde Levy demuestra un cierto talento para la sorpresa, como sendos intentos de violación que pillan de improviso y que transmiten de maravilla la impotencia de la víctima (además de estar resueltos con ingenio). O el momento acercándose el desenlace en el que se ríe un poco de las cábalas que el lector va haciendo en su cabeza intentado crear el esquema al que se ajustan los hechos a los que se ha enfrentado. Pero no son suficientes para hacerla carburar. Para sumergirse, como dice la frase promocional, en "los límites de la identidad, la memoria y la percepción" hace falta mucho más de lo que Levy expone aquí. Un tibio y gris retrato de redención, sueños frustrados y los intentos de nuestra mente por recrear la realidad, ya sea para huir de ella o trascenderla. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
Este texto no puede reproducirse sin permiso.