Trueno rojo |
John Varley es autor de una obra escasa pero sumamente atractiva. Los relatos recogidos en colecciones como La persistencia de la visión o Blue Campagne lo sitúan como uno de los cuentistas más sólidos surgidos en el último cuarto del siglo pasado en la ciencia ficción. Y sus novelas, un punto por detrás de estos, siempre resultan estimulantes a base de condensar un pulso constante, inteligencia, humor, gusto por la disgresión y una conseguida revisión de los temas clásicos del género bajo una perspectiva personal, intransferible y con encanto. Después de cuatro años desde que apareciese El globo de oro, obra parcialmente fallida que aunaba las cualidades señaladas con lo peor de la ciencia ficción actual (un libro al que le sobraban bastantes páginas), nos llega su última novela. Y como se ha podido leer en las diversas reseñas o comentarios que se han escrito sobre ella en la red, el desconcierto y la desazón han sido dominantes; seguramente porque estamos ante una obra diametralmente opuesta respecto a lo que le habíamos podido leer hasta el momento. En Trueno rojo los protagonistas son un grupo de jovencitos sin grandes perspectivas vitales a los que un encuentro fortuito con una vieja gloria de la carrera espacial abre las puertas de una misión de esas más grandes que la vida. Resulta que los americanos están a punto de perder la carrera hacia Marte. Los avispados chinos, a la chita callando, han conseguido poner en marcha una misión que les va a poner en el planeta rojo semanas antes que la improvisada misión americana pueda darles alcance. Ayudados por un genio freak de los pantanos, que ha creado un trasunto de la cavorita wellsiana disfrazada con ropajes del siglo XXI, y una capacidad creadora que rememora los mejores planes finales del Equipo A, preparan una misión paralela para darles tanto a los chapuceros de Washington como a los malvados comunistas de Pekín la auténtica medida de las capacidades del estadounidense medio. Porque ya se sabe que EE.UU. es el país de las oportunidades y de los sueños hechos realidad. Después de leer esta breve sinopsis, que resume una trama donde abundan una ingenuidad galopante, desarrollos fantacientíficos, una sencillez rayana en el más exasperante simplismo y la visión del mundo que tiene el votante tipo que apoyó a Bush en las dos últimas campañas electorales (ése que "es" el centro del universo y coge la escopeta cada vez que se presenta a su puerta alguien de Hacienda), parece que el libro es de los de sepultar en una sima bien profunda. De los de preguntarse qué ha llegado a Varley a escribir una novela como Trueno rojo, con personajes, motivaciones y modos de vida que se asemejan a los vistos en Sensación de vivir y otros culebrones para adolescentes (y tardo adolescentes). Y la respuesta está en la propia dedicatoria que abre el libro. Estamos ante una narración juvenil que homenajea en clave actual las obras de este tipo escritas por Heinlein hace medio siglo, como Consigue un traje espacial y viajarás, Ciudadano de la galaxia o Cadete del espacio (la obra de Spider Robinson, a quien también va dedicado el libro, me es completamente desconocida). Un tipo de novela que, analizando lo que se publica ahora mismo en España, parece haber caído en el olvido por los grandes autores y que en su momento jugó una importante labor de cantera a la hora de iniciar jóvenes lectores en la ciencia ficción. Un estilo de narración que Varley se ha propuesto recuperar a base de repetir los esquemas de su nunca negado maestro, poniendo sobre el tapete sus mejores cualidades como contador de historias, incluyendo su envidiable habilidad expositiva y unos diálogos repletos de ingenio y espontaneidad. Claro, después abundan ideas que merecen un fuerte y reprobatorio tirón de orejas, sobre todo las que asientan el contenido ideológico detrás de la historia, con una visión de la política mundial digna de los peores momentos de la guerra fría, o un desenlace de lo más reaccionario que se ha podido leer en las últimas décadas, con una solución para la tecnología ideada por Varley que es una pura vuelta a la edad media. Y no es un tema baladí dado el público al que está destinado en origen el libro. Aunque en mi caso me quedo con el talento del autor para la ironía desatada, visible por ejemplo en su descacharrante visión de la carrera espacial desde finales de los años 50, o el chispeante ritmo que imprime a la historia. Lo que consuma un matarratos ejemplar si se lee sin demasiados prejuicios. Un extracto de este comentario fue publicado como reseña en el número 41 de la revista Gigamesh. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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