El grial de hierro
Robert Holdstock
Timun Mas
The Iron Grial
2002
Serie de El códice de Merlín 2
2004
Traducción Mª José Vázquez

351 páginas
Ilustración Larry Rostant

Al finalizar la reseña de Celtika comentaba que era una novela interesante que se leía desde mucha distancia, quizás equivalente a la que debían recorrer sus personajes durante su historia (medio continente europeo). Teniendo en cuenta todo lo positivo que se podía sacar de la narración, dejaba abierta la esperanza para que en esta segunda parte, El grial de hierro, Robert Holdstock hiciese despegar de una vez la serie de El códice de Merlín. No obstante, lejos de producirse ese ascenso, el camino continúa por una combinación de elementos atrayentes aderezados con una sustanciosa ración de duda, indefinición y falta de rumbo. Tres aspectos que terminan ensombreciendo otra vez el resultado.

El argumento se sitúa en la isla del Alba, la antigua Britania del siglo III a. de C., para cerrar un hilo que quedó colgado en Celtika: qué ocurrió en la desolada fortaleza de Taurovinda y los desaparecidos hijos del rey Urtha, de cuyo linaje varias generaciones después surgirá Uther Pendragon. Y lo enlaza con la búsqueda del segundo hijo de Jasón, Kinos, conocido como El Pequeño Soñador, que se encuentra en el interior de ese territorio. El planteamiento sigue siendo muy similar, otra búsqueda, y repite como narrador un Merlín en sus años "mozos", miedoso y dubitativo, que nos cuenta sus avatares junto a unos héroes con pies de barro enfrentados a dramáticos enigmas para los que no tiene respuesta; sólo incertidumbre.

La trama vuelve a ser compleja, que no complicada. Hay un diálogo perfectamente establecido entre los diferentes temas que van apareciendo, volatilizándose o reverberando a lo largo del argumento, los cuales trazan una composición rica y variada. A esta complejidad contribuyen los ecos implícitos en cada pasaje, que responden a las leyendas y tradiciones de los pueblos que se citan y que interaccionan con lo que nosotros podemos llegar a conocer, consciente o subconscientemente, proporcionando a esa Europa de hace dos milenios una tremenda y cercana verosimilitud. Un continente que goza de un aire onírico donde, más allá de la superstición, lo mágico envuelve lo cotidiano. A destacar de nuevo el uso que hace Holdstock de un mundo etéreo en contacto con el nuestro: La Tierra de los Muertos; un cúmulo de espíritus, sueños, potencialidades y pasado por el que terminará llevándonos en un periplo al borde del surrealismo hasta la ciudad más conocida de toda la literatura antigua.

Pero si pasamos de la ambientación, que es el punto fuerte de este códice de Merlín, y nos centramos en la narración, se nota a Holdstock titubeante en exceso. Ya el comienzo de El grial de hierro es una viva demostración de esto. Con oficio, en apenas seis páginas, engancha con lo ocurrido en Celtika y hace un pequeño avance de todo lo que va a acontecer en el futuro, utilizando para ello a las tres Parcas, que gozan de una coherente y atmosférica aparición estelar. Sin embargo en las ocho páginas siguientes echa por tierra lo apropiado de esta aproximación al narrarnos otra vez la tropelía cometida por Medea con sus hijos en Yolco, de forma casi mimética a la ya leída en el primer libro,... algo que volverá a repetir más adelante. También se contradice en la secuenciación de acciones. Frente a páginas y páginas que desarrollan un compás parsimonioso, con un apropiado ritmo interno, llegamos a un nudo y allí, en un capítulo, se solucionan a la vez tres o cuatro eventos capitales que bien podrían haberse resuelto menos condensadamente.

No conviene obviar las excesivas coincidencias en las que se refugia a la mínima ocasión. Las historias clásicas que son su punto de partida y que se quiere imitar, bien que usaban este ardid para juntar de nuevo a los héroes y darle una alegría al lector. Pero aquí se acude a ellas de forma abusiva; el mundo acaba pareciendo un minúsculo poblado en vez de un terreno grandilocuente e inhóspito de dimensiones reales.

Y para paliar la falta de aliento épico de Celtika, Holdstock plantea una serie de acciones bélicas en las que pone a sus personajes a realizar todo tipo de alardes físicos y mentales denominados "hazañas"; coger lanzas en vuelo para devolverlas al que las envía, utilizar el escudo como arma ofensiva, exhibiciones gimnásticas extremas... Un concepto que podría haber sido interesante si se hubiese utilizado con un poco de sentido y que sólo crea imágenes grotescas, como ocurre en uno de los clímax donde Kymon, el hijo de Urtha, se pone a esquivar a sus enemigos en plan saltimbanqui, en un homenaje a Matrix sin tiempo bala (no debía tener el copyright). Pura partida de rol.

Esta chocante falta de tacto a la hora de describir ciertos aspectos no es único de la acción sino que también se observa, por ejemplo, a la hora de poner al Argo a navegar no ya río arriba, sino por estrechos riachuelos, penetrar en el interior de colinas, llegar hasta el mar interiore... Descripciones mal resueltas que chocan constantemente con la capacidad de asumir lo extraordinario. No es una simple cuestión de que resulte increíble. En un libro de estas características se espera que ocurran acciones de este estilo. Es que Holdstock no muestra ningún interés por forzar nuestra incredulidad, algo en franca contradicción con lo cuidadoso que se muestra en la recreación del ambiente.

Sólo con los personajes remonta un poco el vuelo. No hay muchos cambios y Merlín sigue careciendo de firmeza, pero entre la locura obsesiva de Jasón, las manipulaciones de Niiv y Medea, los arranques de Kymon, el amor de Urtha y todo su clan por su familia y sus tradiciones, el sino de los viejos argonautas... unido a la frágil humanidad de todos ellos, se recupera un poco la fe en la sapiencia del capitán que lleva el timón. Así, atravesamos el ecuador de la serie con otro conjunto de luces y sombras que está más cerca de la decepción que de la ilusión. Y es una pena, porque presenta mimbres suficientes para hacer un cesto de más calidad.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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