El país de las risas
Jonathan Carroll
Ultramar
The land of laughs
1980
Traducción José Sampere

Marzo de 1990
280 páginas
Ilustración
Antoni Garcés

En esta fabulosa aventura que es el mundo de la literatura, descubrir nuevos autores suele ser un hecho fortuito. Lees una reseña sobre su último libro, un amigo que acaba de terminarlo te lo recomienda, una entrevista te llama la atención, el argumento de la historia te resulta atrayente, la portada capta tu atención... Y, esporádicamente, encuentras a un autor recomendándolo, citándolo como una de sus influencias o como alguien al que merece la pena seguir. Esto me ocurrió hace más de una década cuando, en plena efervescencia del fenómeno Sandman, Neil Gaiman no paraba de decir a los cuatro vientos lo buen escritor que era Jonathan Carroll. No he podido hacerme hasta ahora con el único de sus libros traducidos al castellano y la espera mereció la pena. Sin ser un libro perfecto, contiene aspectos que lo hacen destacar sobremanera y posee un final a pa bu llan te.

Aunque he de confesar que en esta primera novela Carroll ganó mi complicidad enseguida. El protagonista es un ferviente seguidor de Marshall France, un olvidado escritor de cuentos no demasiado conocido. Rebuscando en una librería de libros de 2ª mano (mi deporte favorito), encuentra una edición para él desconocida de uno de sus cuentos y descubre que no puede adquirirlo; ha sido comprado por una joven que lo tiene reservado. Dispuesto a conseguirlo a cualquier precio, entra en contacto con ella con el fin de hacerle una propuesta que no pueda rechazar. Obviamente la joven también es una seguidora de France y no accede. Y, sin comerlo ni beberlo, ambos terminan embarcados en una aventura en principio nada espectacular: indagar en su vida y escribir la primera biografía sobre él.

 El país de las risas, durante más de cincuenta páginas, te zambulle en la pasión que estos dos personajes sienten por France, cómo empiezan a descubrir el misterio que le rodea y la relación que surge entre ellos. En sí no es más que un retrato bien llevado, nada espectacular, de sus grises vidas. El feelin´ que produce su lectura mejora cuando ambos llegan a Gallen, lugar donde France vivió durante gran parte de su vida, el típico pueblo de la América profunda del sur, apacible y fraterno, donde sus habitantes son bastante normales... salvo algunas costumbres que pronto empezarán a escamar al lector, más por excéntricas que por otra cosa.

La pregunta que se hará cualquiera que haya leído hasta aquí es ¿pero El país de las risas no es un libro de fantasía? ¿Dónde están los elementos irracionales que por narices tienen que aparecer en la trama? Porque por ahora no ha aparecido nada de nada... Y es una pena que la portada del libro, la contra o yo mismo tengamos que afirmar que lo es, fastidiando una de las sorpresas más agradables que depara su lectura. Cómo el elemento fantástico, de ser inexistente durante 150 páginas, comienza a surgir levemente a mitad del libro para ir ganando intensidad hasta llegar a uno de los finales más apoteósicos que recuerdo haber leído.

No obstante, con él llega también la desazón que produce el reconocer que Carroll ha tardado mucho en soltar a su lebrel a correr, que durante casi 200 páginas está preparando una jugada que pierde fuelle debido a la demora. Y mientras los momentos álgidos se van sucediendo no te abandona la sensación de que con cien páginas menos todo estaría mucho más condensado y su potencia sería mucho más efectiva; que la novela pasaría de ser una buena novela a ser una novela sencillamente inolvidable. Queda lejos de mi intención afirmar que El país de las risas adolezca de esa enfermedad tan de moda hoy en día de la elonganitis aguda. Tiene una extensión bien medida en donde los acontecimientos se desarrollan con un ritmo muy meditado que sigue un flujo muy natural. Lo que pongo en cuestión es si, de otra manera, el resultado no habría sido más refinado, dejándolo más cerca de la perfección que todo novelista debe buscar con sus historias.

Por lo demás no quería terminar este comentario sin aludir a lo bien que Carroll construye el aspecto costumbrista de su historia, algo que asemeja el ambiente a las buenas novelas de Stephen King como El misterio de Salem´s Lot y que después ha sido reproducido hasta la saciedad por Neil Gaiman (American Gods) tanto en sus tebeos como en sus novelas; ni lo creíbles que parecen los tres personajes principales que más desarrolla: los dos buscadores y Anna France, la hija del escritor, pieza fundamental en el rompecabezas y que, además de encanto, tiene un lado maquiavélico que la hace realmente adorable. O algunas de las excelentes ideas que recoge y lo convincentes que son, como que por un momento te llega a convencer que conocer el momento de tu muerte con exactitud puede ser mejor que vivir en la incertidumbre que vivimos la mayoría de seres humanos. Acongoja.

Eso sí, la edición de Ultramar es una pequeña chapuza que invita a coger a traductor y corrector y darles un clinic sobre sintaxis y semántica. A ver si hay suerte y alguien se acuerda de Carroll para editar algún libro más y, de paso, reeditar éste, agradable y bien escrito, que permite entrar en el personal mundo de un escritor que debiera ser igual de conocido que su discípulo Gaiman.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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