El último anillo |
El último anillo es un libro destinado a captar la atención del lector común de fantasía. Presenta en sociedad al segundo autor proveniente de la Europa del Este que se publica en la misma colección donde esplendorosamente ha triunfado Andrzej Sapkowski, y se ha vendido con habilidad como la otra versión de El Señor de los Anillos; ofrece el punto de vista del orco. Ambos hechos confluyen en la relativa expectación de la que hablo y, ahora que ya lo tenemos entre nuestras manos, cabe decir que aquellos lectores que o tenemos en alta estima al mundo creado por J. R. R. Tolkien o lo conocemos en un grado apreciable debemos estar satisfechos: es una obra notable. Eso sí, dudo mucho que funcione al mismo nivel con aquellos que piensen que Minas Tirith es una empresa finlandesa dedicada a la explotación de minerales o piensen en el Silmarillion como el último perfume de Jean Paul Gaultier. Exhibiendo un puro prejuicio (uno más de los que dejo escritos por aquí), me resulta inevitable comenzar el comentario partiendo de su lectura en clave Tolkieniana. A pesar de que su autor nunca estuviese de acuerdo con las interpretaciones alegóricas que se le han dado a El Señor de los Anillos, es notorio que en sus páginas se anhelan los prístinos paisajes ingleses de épocas anteriores a la revolución industrial; que denuncia el delirio maquinista/tecnológico en el que ha caído nuestra civilización al explotar salvajemente los recursos naturales sin evaluar su impacto en el medio natural o en el propio ser humano. Asumo que esta reducción es muy tendenciosa; en el corpus del pensamiento de Tolkien estas ideas se hallan tan imbricadas con tantas otras que, inevitablemente, sólo exhibe, una vez más, mi cortedad de miras. Pero no se puede negar que es uno de los conflictos predominantes, muy especialmente en el célebre capítulo "El saneamiento de la Comarca", fiel reflejo de su visión sobre las contradicciones de la sociedad en la que vivió. De ahí la elegía de unos paisajes, una filosofía, unos personajes,... que han calado hondo en millones de lectores y su confrontación con otra concepción del mundo presentada como maquiavélica, oscura, nefanda,... que al final terminó arrollada por las fuerzas del Bien. Tal y como debe ser. En El último anillo Yeskov, buen conocedor de la obra del Maestro, asumiendo que construyó un Universo con su propia cosmogonía, Historia, leyendas, paisaje, tradiciones, costumbres y, sobre todo, lenguaje, nos dice: Señores, Tolkien, como "buen" vencedor que desea aniquilar la existencia del contrario, tergiversó de cabo a rabo los acontecimientos que desencadenaron La guerra del Anillo. He aquí lo que realmente ocurrió. Ahora bien. Lejos de tomar este calcetín y darle la vuelta, convirtiéndolo en una parodia imbécil a la mayor gloria de los sketchs de Cruz y Raya o El sopor de los anillos, opta por tejerlo de nuevo sin caer en una de la tachas de las que más se ha acusado Tolkien: el maniqueísmo (maniqueísmo observable pero también explicable, tal y como han hecho plumas incontables niveles por encima de la mía). Ahora los ejércitos de Mordor, digo, Umbror, son los "buenos". Pero unos buenos que meten la pata, que a veces cuentan con la fortuna como aliada mientras otras les da la espalda, que son engañados como todo hijo de vecino,... Y enfrentados a ellos tenemos a fuerza variopinta que lucha o por una concepción del mundo que se ve amenazada y no acepta los cambios, o por conseguir un trono, o porque sus jefes les dicen que luchen y sólo piensan en proteger lo que han dejado en sus hogares,... La obra parte de un inicio arrollador. Sus primeras 50 páginas son una recreación a modo de sátira contenida de los momentos álgidos del fin de la Tercera Edad. El Concilio Blanco, dominado por los elfos, tiene miedo de que el desarrollo tecnológico al que han llegado las pacíficas naciones orcas, a un tris de desencadenar su primera revolución industrial, dé al traste con su dominio de milenios sobre la Tierra Media. Guardianes de saberes mágicos al servicio de una elite que quiere mantener esa posición, envidiosos del desarrollo que ha conseguido otro pueblo basado en algo tan temible como el poder de la razón, aprovechan una catástrofe relacionada con el mal uso que esporádicamente se hace de la ciencia para trazar un plan que acabe con ellos. Y es que a fuerza de desinformar, manipular y utilizar la ambición de los hombres, levantar en armas a varias naciones contra culturas completamente opuestas que incitan miedo es lo más sencillo que existe. Nombres como Auron, Gradrelf, Searuman, Altagorn, Deoden, Eohmaere, Eohwyn, Oromir, Aramir,... y lugares como Lunien, el abismo de Martillo, el bosque de Fangaorne, Pietror, los campos cercados, el río Largo,... resonarán en la memoria de cualquiera que haya leído El Señor de los Anillos (o visto las personalísimas adaptaciones de Peter Jackson), adquiriendo una dimensión dramáticamente opuesta a la que conocemos. Los territorios de Umbror (el Mordor de toda la vida) padecen un progrom de dimensiones colosales al emprender los elfos una solución final contra sus enemigos tradicionales del que resulta difícil huir. Ahí surge la típica "empresa" imposible que tiene que haber en cualquier libro de fantasía épica. No obstante es en este punto donde El último anillo se separa definitivamente del camino por el que en apariencia discurría para afrontar el suyo propio; una senda de casi 400 páginas en la que se desarrolla una pura novela de espías. Una trama en la que un pequeño grupo de irreductibles luchadores en contra de la manipulación, desencantados, sabedores que el fracaso es el resultado más factible, pero con ganas de devolver a su enemigo las que se han llevado en la frente, emprende su particular búsqueda. Búsqueda forjada alrededor de un enrevesado plan que les llevará a vérselas con varios servicios secretos en una contienda donde la dicotomía información y desinformación será la que proporcione la victoria. Y es aquí donde Yeskov se muestra todavía más sembrado. Monta un entramado complejo, lleno de suspicacia, giros y sorpresas, siempre discernible; perderse en el argumento es casi imposible. Crea unos personajes si bien no memorables sí funcionales, creíbles, sólidos y coherentes. Muestra una notable soltura tanto para la descripción como el diálogo; estamos ante un libro de más de 400 páginas nada triviales que se leen con suma facilidad. Se permite el lujo de crear nuevos escenarios allí donde el sustrato original era más vago, y de avanzar más allá de lo que contó Tolkien, abriendo un espacio para el asombro y el juego comparativo con lo que sabemos de su historia oficial. Realiza una lúcida y estimable reflexión sobre la desinformación, la manipulación y la duda. Cómo la limitación inherente al observar las cosas desde un punto de vista (da igual, el que sea) puede llevar a conclusiones sesgadas e inapropiadas; algo que ya estaba en el libro original y que aquí adquiere un calado mayor y más directo. También, abunda en detalles amargos que definen un escepticismo desmitificador, visible en las actitudes de algunos personajes o en las muchas acciones gloriosas que terminan produciendo un efecto muy distinto al buscado (o que, directamente, no confluyen en nada). Se podría seguir con la enumeración, pero en algún punto hay que cortar. Eso sí, no puedo evitar volver al punto de partida. La reinterpretación de los hechos de El Señor de los Anillos en clave tecnológica es admirable: baste el ejemplo de la visión de las bestias aladas sobre las que cabalgaban los Nâzgul. Frente al horror propio del que abomina una idea y que tiende a esconderlo bajo abominables ropajes, ofrece la verdad serena que explica la realidad oculta. Con sutileza, inteligencia, contención,... Las armas más peligrosas en manos de alguien tan sagaz como Yeskov que utiliza la fuerza del conocimiento frente a los delirios de la superstición. Por todo esto, El último anillo queda como el libro que estaba esperando ese lector de Tolkien con la mente (un poco) abierta que desea reencontrarse con él... Después de leerlo poco importará que el espejo en el que está reflejado no sea el esperado. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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