Galveston
Sean Stewart
La Factoría de Ideas
Galveston
2000

2005
Traducción de
José Echavarren Fernández, Concepción Rodríguez Fernández y Mª del Mar Rodríguez Barrena
357 páginas

Galveston es una isla situada junto a la costa de Texas, a escasos kilómetros de la ciudad de Houston. La Historia cuenta que en el año 1900 un gigantesco huracán, el más importante sufrido en EE.UU. hasta este año, mató a más de 6000 personas y arrasó por completo la isla, que apenas se levanta unos metros sobre el nivel del mar. En el mundo creado por Sean Stewart para esta novela, un siglo más tarde sufrió una desgracia, si cabe, mayor. En el año 2004 otro huracán de características antagónicas se batió sobre el lugar: la magia del Mardi Gras llovió sobre la isla originando un desaguisado de dimensiones surrealistas y del que sus supervivientes escaparon a duras penas gracias a la intervención de Odessa, el último ángel de la ciudad. Por su mediación se creó una división entre nuestro mundo y el mundo mágico del carnaval, que quedó aislado en un sector de la ciudad.

 

24 años más tarde Galveston se halla incomunicada del continente. Sloane Gardner, miembro de la familia que es el sostén de la comunidad, hija de la mujer en torno a la cual se reconstruyó el tejido social y sobrina de Odessa, vive aterrada ante la perspectiva de tener que llenar el hueco que próximamente dejará libre su madre, presa de una enfermedad degenerativa y al borde de la incapacidad. Por este motivo acude al carnaval a negociar con Modus, volátil y esquivo responsable del mundo mágico, una posible cura para su madre. Mientras aguarda acontecimientos se reencuentra con Josh Cane, antiguo amigo de la infancia cuya vida ha transcurrido por un camino alejado del suyo. Hijo de un jugador de poker “extremo” y una madre diabética que se suicidó al agotarse su provisión de insulina, sobrevive suministrando remedios caseros a unas clases bajas que no pueden permitirse acudir a los contados médicos que quedan en la isla; unos conciudadanos que, todo sea dicho, no parecen apreciarle en la medida que a él le gustaría. Ambos se verán enfrentados a una serie de hechos que escapan a su control y que van a transformar irreversiblemente a una sociedad mediatizada por un pasado que no va a volver.

 

Si por algo destaca Galveston es por ser una buena novela de personajes. El trabajo de Stewart sobre Sloane Gardner, Josh Cane y la pléyade de secundarios resulta notable. Sus miedos y debilidades se exponen, desarrollan y superan siguiendo una serie de procesos urdidos con eficacia durante una adecuada evolución. La primera, consciente desde el primer momento de lo que le aterra, se esconde tras una máscara de cinismo y despreocupación que la alejará del rol que está destinada a asumir, guareciéndose en pleno carnaval y sirviendo de maestra de ceremonias de ese mundo mágico a las puertas. El segundo, producto de una vida desdichada y con un fuerte sentimiento de frustración, se disecciona con una cadencia que facilita el desentrañamiento de una complejidad interna más elaborada; fundamentalmente en la catarsis ejemplar que padece durante un viaje por el continente. Con ambos confecciona retratos compactos acerca de cómo nos enfrentamos al cambio, y la importancia del compromiso, la responsabilidad, y la empatía.

 

Pero la riqueza del libro se aprecia también en otros asuntos nada despreciables como la aceptación de lo diferente y el mestizaje. Como comenté en la sinopsis, hay dos poderes establecidos que mantienen el orden en Galveston: las viejas familias como los Gardner y los Denton, que simbolizan el poder de la tradición y la economía (el orden usual de la civilización), y Odessa, a la que la comunidad observa con miedo como una mezcla de sacerdotisa excéntrica y hechicera peligrosa necesaria para la supervivencia de su día a día. Y la manera que tienen de funcionar es expeditiva: por un lado se mantiene el tejido social previo a la catástrofe, con sus injusticias y desequilibrios, mientras que, por otro, ante el más mínimo indicio de que la magia haya impregnado a alguien, se le da el “paseíllo” y se le destierra al Carnaval. El mensaje defendido por Stewart en el argumento es tan nítido como necesario. Ante el cambio no vale enrocarse y perpetuar un modus vivendi que era válido bajo otras circunstancias. La adaptación es la base de la verdadera supervivencia y del progreso.

 

La técnica narrativa que despliega el autor es clásica y resultona. Concatena uniformemente una serie de capítulos protagonizados por uno de los protagonistas hasta llegar a un nudo capital, donde se le abandona para retroceder hacia atrás en el hilo temporal y retomar la acción donde se dejó con el otro. Y su prosa, a parte de deparar una lectura agradable, tiene el punto justo de personalidad y relieve, consiguiendo un apropiado balance en la relación narración-descripción. Incluso cuando aborda las peliagudas partidas de pocker, a las que es más fácil sacarles partido en el cine que en la literatura.

 

No está tan entonado en aspectos como en la creación del Carnaval, que flaquea levemente al estar basado en una repetición excesiva de unos elementos fantásticos que necesitarían una mayor dosis de barroquismo festivo, o el paisaje y paisanaje del continente, bien transmitidos aunque demasiado rutinarios. Carecen de ese matiz exótico y colorista que habría dotado a Galveston del grado de exuberancia desatada que demandaba. Una coyuntura que no merma ni un ápice el resultado final.

 

Estamos ante un solvente ganador del Premio Mundial de Fantasía del año 2001 que no desmerece frente a otros galardonados y que, si me permiten esta inapropiada comparación, supera a Declara , novela de Tim Powers con la que compartió dicho premio.

© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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