Declara
Tim Powers
Gigamesh
Declare
2000
Mayo de 2003
Traducción Albert Solé
568 páginas
Ilustración Corominas

Independientemente de los caminos por los que les haya llevado la vida, siempre es un placer reunirse con los viejos amigos, saber qué ha sido de ellos y observar cómo han evolucionado en el tiempo transcurrido desde el último encuentro. Diez años han pasado desde que Martínez Roca publicó La última partida, último libro de Tim Powers aparecido en castellano, y ahora Gigamesh, que ya había retomado el testigo con la reedición de algunos de sus títulos más señeros o la recuperación del iniciático Esencia Oscura, ha apostado por continuar ofreciendo sus obras con la publicación de Declara, novela ganadora del Premio World Fantasy del año 2001 y que supone un reencuentro satisfactorio no exento de sinsabores.

Al igual que en sus narraciones anteriores, Powers observa en Declara una serie de sucesos históricos fácilmente contrastables bajo un peculiar prisma fantástico, que los deforma y los hace parecer causados por un motor sobrenatural. En esta ocasión el objeto de sus atenciones es una parte de la Guerra Fría, a la que proporciona una nueva lectura originada en la encubierta confrontación entre diversos servicios secretos por hacerse con una presencia ominosa, que otorgará la inmortalidad y el poder absoluto a aquel que la controle. Dicha presencia está situada en la cima del monte Ararat, lugar donde la tradición judeocristiana sitúa el Arca de Noe, y que aparece en la trama con un aspecto un tanto diferente al descrito por gente como Charles Berlitz.

Como es costumbre, Powers utiliza un único personaje como vehículo de todos los acontecimientos: Andrew Hale, un héroe ungido en su nacimiento (para más señas, en el río Jordán) y destinado a realizar una misión que desconoce por completo. Estas características le sitúan dentro del grupo de protagonistas predestinados, junto al Scott Crane de La Última Partida o Brian Duffy de Esencia Oscura, y en las antípodas del otro héroe que ha utilizado, ese tipo normal víctima de una jugada del destino que aparecía en Las puertas de Anubis o La fuerza de su mirada. Si bien su sufrimiento dista mucho del nivel acostumbrado y, de lejos, es su personaje que menos padece.

Hasta él se acerca James Theodora, hombre a cargo de la sección más oculta de los servicios secretos británicos, que lo introduce en el mundo del espionaje y le conduce hasta lo que se llama operación Declara, iniciada a principios del Siglo XX y que tiene por fin acabar con lo que vive en la cima del monte Ararat. En ella han participado agentes tan reconocibles como T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia) y es tan reservada que su mero conocimiento puede granjear la propia eliminación. Sin ser consciente de dónde se está metiendo, Hale entra en contacto con Kim Philby, célebre espía británico que traicionó al MI5 a lo largo de dos décadas, con el que comparte un insólito lazo y que estará a su lado en todos los momentos principales de la historia.

Dada la amplitud temporal de la novela (abarca más de 20 años de historia), Powers fracciona los acontecimientos en dos hilos que va intercalando. El primero, que culmina con el primer asalto al monte Ararat, comienza con la iniciación de Hale en el mundo del espionaje como infiltrado en los equipos de informadores comunistas que radiaban comunicaciones desde un París recién ocupado por los nazis. El segundo, situado después del fallido intento, narra el camino que desemboca en el segundo ataque. Ambos no se intercalan muy a menudo sino que están divididos en diferentes "teatros de operaciones", que nos trasladan a Berlín, Kuwait o Beirut, y cuando se ha terminado con uno se pasa al siguiente del otro hilo temporal.

Lo más satisfactorio de Declara reside en que Powers consigue llevarte una vez más al paranoico convencimiento de que los hechos históricos que se cuentan tuvieron esa causa, porque fantasía y realidad están imbricadas con una naturalidad que incluso los más sibaritas sabrán apreciar. Gran parte de este éxito reside en el componente sobrenatural, tejido a partir de las dos grandes religiones monoteístas, cuyos mitos, sacramentos y costumbres forman una extraña simbiosis que cunde sobradamente. Y, siendo una novela de espías, hay que reconocer que recrea con acierto el ambiente típico de esta temática, con sus dobles juegos, operaciones encubiertas y peligros inherentes, a los que se añaden los procedimientos de prevención y lucha contra lo mágico, algo de vital importancia dado el escenario en que se mueve.

Por contra, pese a que es prolijo en las descripciones, cuando llegan los momentos de acción cuesta horrores descubrir qué está pasando (y mira que utiliza palabras para relatarlo). A su vez la novela está lejos del ritmo trepidante de los otros Powers disponibles ahora mismo en el mercado, y se sumerge en uno muy pausado que en algún momento se hace cansino. Quizás porque la historia encuadra demasiados hechos y eso hace que tenga una extensión mayor de la debida, cuando parte de él es reiterativo, caso del doble viaje al interior del desierto arábigo o la doble visita al monte Ararat, que generan un más que ligero dejà vu.

Además, para cualquiera que haya leído sus libros, la trama no sorprende por un solo instante. Salvo por el ya comentado escaso padecimiento de Hale, el resto transcurre por donde se adivina de antemano. Caso de la sempiterna y esquiva figura femenina, destinada a ser el amor del protagonista, al que en algún punto siente el deseo de asesinar, y que está presente en todas y cada una de las secuencias claves, para desaparecer sin dejar rastro hasta el siguiente nudo.

Finalmente quería hacer un breve comentario sobre su manera de rendir homenaje a John Le Carré ¿Es la historia fiel a su espíritu, tal y como cuenta la frase promocional de la contraportada? Como lector esporádico suyo la respuesta no puede ser más ambigua: sí y no. Hay numerosos elementos comunes bien reflejados, como la trama enrevesada que requiere que dos de los personajes concreten lo ocurrido a través de una conversación, añadiendo parte de la información que se desconocía. Asimismo reproduce ese eterno juego de engaños que era el espionaje de la época, o esa enérgica convicción a la hora de relatar los acontecimientos, tan propio del escritor inglés. No obstante, aunque lo intenta, no acierta a transmitir el tono de distancia frente al Servicio Secreto que tenían los curtidos espías de Le Carré, ni la visión deshumanizadora de su labor, ni captura su peculiar sentido del humor, repleto de una ironía demoledora.

A pesar de su limitada capacidad de fascinar, Declara agradará a todos aquellos que se hayan sentido atraídos por la obra de Powers en el pasado o gusten de las enrevesadas historias de espías que no le hagan ascos a la novedad de ver un escenario fantástico enriqueciendo la historia. Sin embargo, si te pierdes en estos juegos, sus anteriores libros no fueron de tu gusto o no has disfrutado todavía de las maneras de este autor, este libro no es para ti. Creo que no se puede decir más claro.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
Este texto no puede reproducirse sin permiso.