La espada del
destino |
La espada del destino es la continuación de El último deseo, el libro con el que la editorial Bibliópolis presentó al público hispano a un estimulante Andrzej Sapkowski. Estamos otra vez ante una recopilación de relatos que cuenta 6 aventuras diferentes del brujo Geralt de Rivia, con una clara continuidad cronológica, aunque esta vez no hay unos pasajes intermedios que vayan ligando las diferentes aventuras. Lo interesante del libro está en que Sapkowski soslaya uno de los grandes handicaps de las continuaciones. En otras oportunidades, una vez presentados los personajes, el mundo y el tono de las aventuras que van a producirse, el autor acostumbra a ceñirse a un mismo esquema argumental sin introducir variaciones. Pues bien. El genial escritor polaco evita esa repetición a base de ahondar en su propuesta y preparar los elementos que desencadenarán el inicio del siguiente libro, La sangre de los elfos, primera novela y comienzo estricto de la serie. Gran parte del encanto que atesora La espada del destino reside en su estructura. Al ser un conjunto de relatos, Sapkowski puede jugar con un reparto muy variado, argumentos e ideas que en una novela, con un ritmo diferente, sería más complicado de manejar. Aunque esa riqueza también provoca una pérdida de regularidad y la presencia de picos de calidad que deslucen la media. El más acusado lo encontramos en Esquirlas de hielo, el segundo relato, donde se explora la relación que Geralt tiene con Yennefer, una hechicera de la que está enamorado, descrita con unos diálogos siempre ridículos y, ocasionalmente, vacuos. Pero estos bajones son casi testimoniales y se puede asegurar que estamos ante un libro más redondo y maduro que el anterior. Este ligero aumento en la calidad, que ya era elevada, se percibe fundamentalmente en el afianzamiento de Sapkowski en su creación y su forma de contar las cosas. Aunque las referencias al acervo cultural de lector siguen siendo importantes, caso de los apuntes Lovecraftianos de Un pequeño sacrificio, con desternillante versión realista de La sirenita incluida, se encuentran en dosis mucho más pequeñas que en El último deseo. Asimismo dejan de ser el leit motiv de la historia para convertirse en un elemento más de la ambientación, importantes para ganar complicidad del lector sin ocultar ya el decidido cariz personal que toma cada historia. Estos rasgos intrasferibles se fundan en tres aspectos que se aprecian con nitidez en la mayoría de los relatos. Sapkowski nos sitúa ante un mundo fantástico que no parece tal, con unas reglas muy similares a las que todos conocemos en el que los factores cotidianos cobran tanta importancia como los épicos. Lejos de las grandes gestas, que las habrá, y de las conflagraciones cósmicas, aquí se ofrece un vistazo al día a día de un mundo diferente pero cercano. Así, en el relato Fuego eterno, entramos en el mercado de una gran ciudad, con sus cambalaches, tejemanejes bajo cuerda, sus contables, impuestos, corruptos jefes policiales,... aderezado con una trama de pura fantasía (basada en las confusiones que produce un mímico). Fruto de ese contraste tenemos una lectura provechosa en varios niveles y sumamente vívida. No puedo olvidarme de la lectura en clave ecológica y social de muchas historias. El mundo de Geralt está siendo colonizado por el hombre, y las bestias a las que se enfrenta se encuentran en trances de extinguirse. Aquellas que no pueden adaptarse al nuevo medio cambiante desaparecerán, un camino que seguirán también las especies inteligentes como los elfos, condenados a vivir en reservas, y que, al negarse a perder su viejo modo de vida, ocasionan innumerables conflictos. Puede parecer que la metáfora sea un tanto burda pero, si se afronta sin prejuicios, llega a asustar la facilidad con la cual se reflejan algunas de nuestras actitudes más rastreras, mantenidas siempre por los humanos, nunca por los "monstruos" (muchas veces más humanos que nosotros mismos) Volviendo a los genuinos rasgos de Sapkowski, el siguiente lo hayamos tras sus sólidos personajes, singulares y de una honda humanidad, con dudas razonables que nunca penetran en el terreno de la llorera continua, tan característica de la fantasía heroica y que tiene a Michael Moorcock como su principal valedor. Por un lado Geralt no es un protagonista cortado de una pieza sino que goza de variados matices que, después de 500 páginas leyendo sus aventuras, sigue atrayendo (y fascinando) igual que al principio. Lo mismo se puede decir de la amplia galería de secundarios que le acompañan, agradablemente caracterizados y con unas maneras de expresarse muy diferenciadas. Esto se hace todavía más apreciable en Las fronteras de lo posible, el relato que abre en el libro, una procesión de freaks a la caza de un Dragón, donde se maneja una cantidad ingente de personajes con una destreza encomiable mientras los diálogos socarrones se van sucediendo vertiginosamente. Por último, resulta ineludible hablar del peculiar estilo del autor, con una acusada personalidad a la hora de decidir tanto el tono de sus historias como el lenguaje utilizado, rico, certero, meditado y con un elevado número de registros (no habla igual un campesino que un adinerado comerciante), que ha sido vertido a nuestro idioma buscando mantener estas cualidades. Y aunque a veces alguna oración parece compuesta de forma demasiado rebuscada, al jugar más de lo deseable con el orden de las palabras, se puede decir que mantiene una coherencia pocas veces vista. Ahora sólo falta esperar que después de construir un vivo escenario, plantar las fichas en él y mostrarnos cómo se mueven, empiece a jugar la verdadera partida que va a ser la historia larga que comienza en el siguiente libro y que se ha estado cociendo en algunos de los relatos. Sobra decir que un servidor no se lo pienso perder. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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