La perla verde
Jack Vance
Gigamesh
Lyonesse II: The Green Pearl
1985

Marzo de 2004
391 páginas
Traducción de Carlos Gardini
Trilogía de Lyonesse 2
Ilustración Corominas

La perla verde es el segundo volumen de la trilogía de Lyonesse. Hay una sentencia que resume a la perfección lo que se puede encontrar en su interior: más de lo mismo. Incide tanto en las innegables virtudes como los obvios defectos de El jardín de Suldrún. Eso lo convierte en lo que podríamos llamar una continuación de cara o cruz: si gustó el anterior volumen es de lectura obligada; si no... mejor gastar el dinero en otro libro. La desazón que produjo el anterior sólo puede ir en aumento.

Porque Jack Vance es absolutamente fiel a sí mismo. No ya al continuar la historia donde la dejó, que es de cajón, sino porque respeta de pe a pa los diferentes motivos presentes en el primer volumen sin introducir cambios. Así, tenemos como motor principal las intrigas entre los diversos reinos por hacerse con el control del trono de Las Islas Elder; detrás de esta lucha hallamos el enfrentamiento entre los dos magos antagónicos, Murgen y Tamurello; sus peones, Shimrod y (esta vez) Melancthe, repiten su juego de gato y el ratón (aunque con un desarrollo diferente; no por nada ahora uno es una mujer); Aillas siguen enfrentado a la traición y varios complots; ahí está la sabida retahíla de personaje/personajes enfrentándose a una serie de encuentros que solucionan con su ingenio o su fuerza; otra vez hay una pareja recorriendo tierra inhóspita (en dos ocasiones);... Como única novedad importante en el patrón está la inclusión de la historia del objeto mágico que empieza trayendo el éxito a su poseedor para después traicionarle y llevarle la mayor de las desgracias. La perla verde formada al final de El jardín de Suldrún y que, a pesar de figurar en el título, tampoco juega un papel determinante en el libro; sólo aparece al comienzo y al final.

También respeta la estructura, quizás con un pequeño cambio a mejor. Se repite la endeble propuesta de seguimos a alguien durante un periodo dilatado de tiempo mientras nos olvidamos del resto, que permite seguir casi sin interrupción las aventuras de alguien; cosa que siempre gusta aunque provoca desequilibrios muy evidentes. Pero ahora, a parte de los capítulos normales, hay unos capítulos en los que están encapsulados, que podríamos llamar "arcos", y que comprenden varios de ellos que tienen una clara relación. Una división supeditada a la forma de narrar que mengua sensiblemente la sensación de totum revolutum de la anterior entrega y que delimita razonablemente bien La perla verde.

Sobre los personajes, su maniqueísmo se hace, si cabe, todavía más acusado. Ya no hay malvado que no reciba su merecido (a Casmir le llegará la gorda en el último volumen), y no hay peligro que los buenos no encaren con sus acostumbrados arrojo, inteligencia y decisión. Concepción que a más de uno se le atragantará pero que es plenamente consecuente con lo que son los libros de Lyonesse; un vestigio de la forma más clásica de hacer fantasía, que recupera un acercamiento inocente, sencillo y añejo que, salvo por contados autores como Thomas Burnett Swan, estaba en desuso desde principios de siglo XX. En esa tradición son unos buenos herederos que, si se leen sin pretensiones, resultan encantadores.

Destacar una vez más sus diálogos, rápidos, certeros y siempre ocurrentes, o el particular sentido del humor de Vance. Es posible que en estos tiempos alguna que otra situación, como la peculiar relación que mantienen Cwyd y Threlka, rayana en la violencia doméstica, no sean bien entendidas si se sacan de contexto, pero detalles como el tratamiento del sexo son gloriosos. Muy especialmente el camino que tienen los magos de remedar sus impulsos con todo tipo de seres o cómo, para satisfacer a una compañera difícilmente saciable, deben acudir a productos semejantes a nuestra Viagra.

Sendos ejemplos de los innumerables detalles que salpican la lectura., lo que unido a su hondo respeto hacia un pasado hoy olvidado hacen que te olvides de sus evidentes defectos para disfrutar como un enano de sus virtudes.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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