Maestro de enigmas |
Han tenido que pasar una treintena de años para que llegase a nuestro país el primer libro de Patricia McKillip, una de las supuestas grandes damas de la fantasía heroica, asidua a las nominaciones de los galardones de este subgénero, ganadora de alguno de los más prestigiosos y presente en la selección de las 100 mejores novelas de fantasía de David Pringle (con The Forgotten Beasts of Eld, todavía sin traducir), que comenzó su carrera unos años antes que Terry Brooks llevase este tipo de literatura a las listas de bestsellers con sus infaustos libros de Shanara (algo que tiene su mérito). No obstante la lectura de éste, uno de sus primeros éxitos y comienzo de la trilogía de Juego de enigmas, es desilusionante. Han pasado casi 30 años desde que se escribió y, a lo largo de este tiempo, hemos tenido abundantes "cosechas" con productos similares a lo que McKillip ofrece de una calidad bastante superior. Igualmente las novedades que se pueden encontrar en sus páginas carecen del atractivo suficiente como para interesar a un lector un poco puesto en literatura fantástica, el destinatario de las ediciones de Bibliópolis. Maestro de enigmas es una novela harto sencilla, cualidad inherente a gran parte de la literatura juvenil a la que pertenece, que además de repetir uno tras otro los tópicos del subgénero resulta sumamente lineal, tiene un protagonista cargante que se hace más repetitivo que José Luis Moreno (de hecho su quiero volverme a Hed acaba reverberando en la cabeza en sintonía con el cate nene de Rockefeller), le sobran 75 páginas y es un precedente de las trilogías hinchadas, esas que ocupan tres libros sólo porque ESDLA fue dividido de esa manera. Estas circunstancias lo sitúan en las antípodas de sus más significativos precedentes, como los tres primeros libros de Terramar de Ursula K. Le Guin o las Crónicas de Prydain de Lloyd Alexander, o de competidores más modernos como la serie de El vatídico de Robin Hobb; casi en la frontera donde lo sencillo se transforma en simple. Hay un heredero de un pequeño condado campesino (Morgon de Hed) que está destinado por una profecía a causas mayores y se niega a seguir ese camino; un mal ignoto y aparentemente invencible que intenta acabar con su vida; una serie de objetos mágicos que le están destinados y, en algún caso, debe encontrar; un sabio preceptor que le guía en su camino; una chica guay a la que está destinado (que todavía no ha aparecido);... Lo de toda la vida, sin salirse del guión y contado de una forma tediosa; vale que McKillip opte por un tono intimista y reflexivo muy cercano al de Le Guin, pero eso no es óbice para que en una narración tan corta (la letra tiene un tamaño generoso) el ritmo se amodorre incluso en los momentos de acción, donde se nota a la legua que la autora todavía tiene que aprender mucho a la hora de desarrollarlos. Mucha responsabilidad en esa falta de pulso (muy próxima a la parada cardiorespiratoria) la tienen las absurdas repeticiones que se producen. La más visible aparece cuando McKillip necesita enfatizar que Morgon rehúsa tomar parte en la misión a la que está destinado y prefiere volverse a casita, aun cuando eso pueda suponer su muerte, la de alguno de los suyos y el fin del mundo. Es un matiz inteligente y apropiado que realza al protagonista. De la mano viene su interés por hacernos ver que es un inmaduro que ha crecido en una región donde la guerra es una entelequia que le viene grande y que matar es una cosa "mu" mala que no quiere hacer. De acuerdo. Es razonable que quiera presentarlo, sobre todo cuando su forma de pensar es coherente. Ahora bien, a las 50 páginas ambas ideas están más que claras y a las 75 de más. Pues resulta que a McKillip no le parece suficiente y necesita emplear ¡140! para que Morgon recapacite, de un paso al frente y asuma su misión, perdiendo miserablemente 50 de ellas en acciones prescindibles que demoran la narración de mala manera. También se la ve más de lo deseable el plumero durante el viaje. Las dos habilidades "mágicas" que Morgon aprende en el camino, que supongo le serán útiles en las próximas entregas, le llevan a sendos lugares situados justamente en el camino hacia su objetivo donde (¡oh casualidad!) le aguardan también dos hitos fundamentales en su búsqueda que no esperaba. Una de esas casualidades causales que si se produjesen de forma aislada darían el pego, pero que situadas en capítulos consecutivos provocan algo más que extrañeza. Por contra, lo más interesante está en la concepción del mundo. Desde luego no en la estructura política, los consabidos reinos que viven en relativa paz, salvo alguna que otra amenaza local y regidos por alguien que vela por su seguridad, sino por todo lo que rodea al factor mágico que sustituye a los archimanidos magos o hechiceros. Cada ruina, cada leyenda o cada suceso de la vida diaria puede llevar asociado un enigma, a veces una simple pregunta de difícil respuesta, que es necesario desentrañar para poder seguir adelante. A partir de ahí aparecen los Maestros de enigmas (magos), una escuela donde se forman, una biblioteca donde se van archivando todos los misterios conocidos, resueltos o no, gente más capaz, menos... Una contribución ligeramente original y resultona que, junto a otros aspectos de ambientación como el vínculo existente entre los gobernantes y sus reinos, el giro final y alguna que otra reflexión explícita (como el que dejar que tu información provenga de una única fuente hace que seas manipulable), es lo más satisfactorio de Maestro de enigmas. El resto, como ya digo, pobre. Aunque reconozco que esta valoración subjetiva puede estar mediatizada por la preconcepción que tenía del libro. Si estuviese en una colección de literatura juvenil de Edebé, SM o Salamandra, mi juicio quizás hubiese sido un poco diferente. No tanto porque las (escasas) ideas que he ido dejando aquí fuesen diferentes, que para nada, sino porque estaría en la colección donde debiera haber aparecido. Lo que sí espero es que McKillip tenga libros mejores, porque como el resto rayen al mismo nivel será otro pequeño bluff de esos que abundan en este subgénero. Una digna y simple copista situada en el camino que lleva de la mediocridad al (limitado) interés. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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