Aprendiz de asesino
Robin Hobb
La Factoría
1995
Assassin´s Apprentice
Traducción Manuel de los Reyes

Aprendiz de asesino

Serie de El Vatídico 1
Noviembre de 2003

285 páginas
Ilustración de Michael Whelan

La diplomacia del asesino

Serie de El Vatídico 2
Marzo de 2003
284 páginas
Ilustración de John Howe

La Factoría, tan dada a frases promocionales llenas de un innegable gancho comercial y reñidas muchas veces con el más evidente sentido común (sólo puedo recordar lo que escribí sobre La Compañía Negra), nos sitúa a Robin Hobb como uno de los autores (autora) más señalados de los últimos diez años. Y esta vez les ampara un argumento cuantitativo que resulta difícil de discutir: Aprendiz de asesino viene precedido por unas ventas de dos millones de ejemplares en el mercado anglosajón. Aunque no anticipe la calidad de la serie, es algo a tener en cuenta. Por eso mosquea la falta de arrojo al publicar esta primera novela como se debiera, en un sólo tomo, y no no como se ha hecho, fragmentada en dos volúmenes, cuando el tamaño no era un problema. Es muy reciente el ejemplo de Choque de reyes, de novecientas y pico páginas, el doble de extensa que la versión original de Aprendiz de asesino y que cuesta aproximadamente lo mismo. Sin olvidar que la "continuación" donde concluye, La diplomacia del asesino, ha sido distribuida 4 meses después, con lo que aquéllos que leímos su inicio nada más salir nos hemos visto obligados a rebuscar en el traicionero baúl de los recuerdos, perdiendo por el camino algunos detalles importantes. Supongo que es predicar en tierra infiel, pero unas lágrimas más no harán desbordarse el mar.

Aprendiz de asesino aparentemente cuenta la habitual historia del campbelliano héroe de las mil caras. Traspié, hijo ilegítimo del heredero al trono de los Seis Ducados, nos relata sus vivencias en la corte de Torre del Alce desde que, con poco más de seis años, es separado de su madre para ser educado al auspicio del Rey. Pero Hobb se hace fuerte en la “rutina” por un camino trillado que ha trabajado con mimo: mostrar un adecuado desarrollo de su personalidad a la vez que va descubriendo con naturalidad el escenario donde tiene lugar esa formación. Su consistencia nace en una mirada costumbrista a sus quehaceres diarios, retratada con mucha constancia y una elegancia sutil.

Todo esto sitúa la novela como hermana de dos grandes clásicos de la fantasía heroica, etiquetadas en origen como juveniles pero disfrutables sin remordimiento por aquéllos que gusten de la buena literatura: Las crónicas de Prydain de Lloyd Alexander y los primeros Libros de Terramar de Ursula K. Le Guin. Llena de gozo contemplar en estos tiempos cómo un niño escapa de la categoría de repelente y se le hace entrar en el mundo adulto, iniciándose en una serie de valores como la amistad, el deber y el honor mientras choca con circunstancias que ponen en conflicto todo lo que ha aprendido. Quizás esta "construcción" del protagonista, nada novedosa pero bien llevada, desluzca mucho al reparto que le acompaña; unos personajes que no pasan de ser meros estereotipos sin más función que aportarle una faceta determinada. Aunque funcionan de fábula; basta estimar dos de sus maestros (Chade y Galeno) y las sensaciones que despiertan tanto en Traspié como en el lector.

La narración está llevada en primera persona, lo que redunda en un detallado retrato de sus sentimientos y sensaciones a lo largo de su infancia y adolescencia, donde su vida entra de lleno en los juegos y conspiraciones de los que intentan manipularle. Por contra, al estar centrado todo en su visión, el mundo de Torre del Alce, más que un ambiente vivo, tiene el aspecto del escenario de una obra de teatro, por donde no pasarán nunca más actores de los que se relacionen con Traspié en cada etapa, desapareciendo para retornar mucho más adelante. Eso convierte el mundo de Aprendiz de asesino en  ficción que apenas pierde esa apariencia de ficción.

No extraña que en esta tesitura la acción brille prácticamente por su ausencia. No obstante Hobb no nos ofrece una lánguida sucesión de escenas intrascendentes, a la manera del plomizo Tad Williams, sino que utiliza con tino la elipsis para pasar de puntillas sobre momentos redundantes. Curiosamente el primer pasaje donde se sale de las localizaciones interiores para ver "mundo", próximo al ecuador de la novela, es el menos conseguido de todos. Mientras, la atmósfera palaciega, con sus lecciones, servicios, intrigas y misterios, está trasladada con mucha verosimilitud, que se ve reforzada por las peculiares costumbres del mundo donde se desarrolla, afirmadas al comienzo de cada capítulo por unos textos cortos e intensos que después se desarrollan convenientemente. Entre estos elementos destacan la importancia de los nombres, algo más que una simple etiqueta en el caso de los personajes con sangre real, ya que definen su personalidad (o la que gustaría tuviesen en el momento del nacimiento); y el recurrente efecto sobrenatural, determinado por la dualidad Habilidad/Maña, sendas destrezas innatas que permiten a Traspié compartir sensaciones y lazos con seres humanos o con animales.

Es de justicia reconocer que, a la vista de este libro, Los hechos de la vida o Las fuentes perdidas, la edición de La Factoría no tiene ni punto de comparación con el de sus dos primeros años. Salvo por un margen interior minúsculo en el primero volumen, que se corrige en el segundo, y algún defectillo venial en la corrección, como la excesiva presencia de yoes en algunos párrafos (cuando hubiese sido recomendable dejar el sujeto elíptico), el contenido está cuidado con mimo. En especial la traducción, que me ha deparado buenos momentos con juegos de palabras sobresalientes o una tradición de mi tierruca escondida en sus páginas.

Aprendiz de asesino es una novela que da justo lo que promete (y eso que promete mucho), que gana interés a medida que transcurre y cuyas últimas doscientas páginas son electrizantes. Si las dos continuaciones que nos esperan siguen la progresión, Hobb dará mucho que hablar.

Un extracto de este comentario fue publicado como reseña en el número 36 de la revista Gigamesh.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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