Malignos
Richard Calder
Gigamesh
Malignos
2000

Mayo de 2003
Traducción Nuria Gres

253 páginas
Ilustración Juan Miguel Aguilera

Malignos es el libro que la editorial Gigamesh ha elegido para presentar a Richard Calder en nuestro idioma. Entre todas las lecturas que tiene y que después comentaré un poco por encima, en ella se intuye toda una declaración de intenciones del camino elegido por parte de los escritores británicos surgidos en la década de los 90 como Paul McAuley, Ken McLeod o China Miéville. Lejos de innovar una nueva fórmula a partir de la cual crear un camino que se pueda decir que es plenamente suyo, han optado por refundir parte de sus lecturas de juventud para regurgitarlas y ofrecerlas debidamente amalgamadas. Así, sus narraciones ni son rompedores ni novedosas, pero cuentan con una estética propia, rica y barroca, donde se descubren una serie de influencias que resultarán interesantes en función de lo que busque el lector. En el caso de esta novela se adivina un más que claro homenaje a Michael Moorcock y sus historias sobre la figura del Campeón Eterno, como El perro de la guerra y el dolor del mundo o El bastón rúnico, un conjunto de relatos que terminaron hartando al más pintado con su arquetípica visión de la capa, espada y brujería.

La novela está protagonizado por Richard Pike, un investigador privado inglés exiliado en Pilipinas, en un futuro tan lejano que parece fantástico. Ex-cazador de trasgos en las alcantarillas de Londres, veterano de la guerra que ha enfrentado a los humanos con los malignos que habitan el subsuelo (una extraña raza con una apariencia que recuerda a los demonios de nuestras pesadillas), juerguista consumado y duelista pendenciero, vive al borde de la pobreza con su compañera Gala, una malignos a la que consiente que se prostituya con tal de sacar el dinero suficiente para vivir. Todo parece ir "bien" en su vida hasta que ambos caen en una trampa, Gala es forzada a beber una extraña poción que le roba la capacidad del pensamiento y queda convertida en poco más que un vegetal. Pike, que acaba de perder lo que más quiere en el mundo (cosa que jamás quiso reconocer), se embarca en la búsqueda del antídoto que revierta la condición de Gala, lo que le llevará en un periplo por las entrañas de la Tierra hacia la ciudad de Pandemonium, situada en el centro del planeta y capital del reino maligno.

A las pocas páginas de empezar cualquiera se da cuenta que tenemos un héroe que es un apestado social, una misión harto imposible, un mundo desconocido repleto de peligros por descubrir, una damisela en apuros, un compañero que va con él sin plantearse sus motivaciones, una espada (u objeto mágico) que es algo más que acero, enemigos cada vez más poderosos,... Cliché tras cliché que papá Moorcock repitió hasta la extenuación y del que Calder no escapa ni por casualidad. Lo que sí hace, por fortuna, es introducir pequeñas variaciones que lo alteran de forma apreciable. Por ejemplo, Pike es un cruel hijo de mala madre que se comporta como una insensible niño malcriado, chuleando a su novia y tratando como un despojo a su compañero de aventuras (al que no duda de tildar de cacho de carne); las situaciones heroicas se plantean sólo cuando está acorralado y no puede huir; y el único pellejo que le preocupa es el suyo propio.

También es de justicia reconocer que muchos de los hechos que ocurren en la historia no son los esperados en un libro de este estilo. La fantasía heroica, aunque sea oscura como es el caso, siempre ha visto como al final, por muy amorales que fuesen sus personajes, se terminaban comportando como chicos bondadosos que hacen el bien por narices. En Malignos Pike es un tío caprichoso al que sólo le mueven sus instintos y compulsiones, que no duda en manipular todo lo que se cruza por delante para conseguirlo, sin considerar las consecuencias. Algo así ocurre al final cuando, para vengarse de los seres que llevaron a Gala a su condición y recuperar el único hogar que ha tenido alguna vez, usa a una miríada de infelices sin importarles su destino o lo que puedan hacer ellos después. A lo que hay que unir un aire trasgresor escondido detrás de los deseos sexuales de Pike, en celo perpetuo, que puede llegar a escandalizar a alguna mente puritana sin resultar ofensivos.

El viaje que realiza, en plan historia de mundos perdidos a la mayor gloria de Burroughs y su Pellucidar, plantea una serie de escenarios bien descritos por una prosa vívida y colorista que, dentro de su exotismo, deja entrever la condición de trotamundos de Calder; el haber vivido durante más de una década en el sudeste asiático (primero en Tailandia y después en Filipinas) le ha proporcionado su propia forma de ver la vida, nada rompedora pero sí lo suficientemente diferente como para apreciarse de forma significativa. De hecho toda la historia destila un aroma a "extraño en tierra extraña" muy bien transmitido a través de sus inadaptados personajes. Incluso tiene su contenido social acerca de lo complicado que resulta la aceptación y la inserción de lo "diferente", la pérdida de los valores culturales en otra sociedad, la alienación,...

Ahora bien, como narrador Calder deja varios aspectos débilmente atados. Más que un todo homogéneo Malignos funciona como una sucesión de estampas con escasa continuidad. Durante el viaje, si no se es muy exigente, no hay problema alguno: al haber una meta clara llega a funcionar. Pero una vez alcanzada Pandemonium, cuando se entra por sus puertas, se pierde el rumbo y la trama sufre un absurdo giro que, lejos de entrar en el clímax que demandaba, se perpetúa durante sus últimas treinta páginas, in sa tis fac to ri as, que sólo sirven para perder la fe que habíamos puesto en Pike, cuyos vaivenes mentales acaban siendo risibles.

A esto se une su nula habilidad para tratar los momentos de acción, donde su prosa no sólo se diluye sino que se vuelve casi tan confusa como su manera de introducir su mundo en la ciencia ficción. Muchos de los sucesos que aparecen diseminados en la trama no se explican pero se entienden como producto de una tecnología muy complicada que para la sociedad que lo observa parece magia. Mismamente los malignos, si estuviésemos en un contexto fantástico, se asumen sin mayor problema. Sin embargo Calder necesita explicar qué es lo que está ocurriendo desde una perspectiva racional y no es convincente ni desde la sugerencia (al comienzo) ni desde la certeza (cuando al final balbucea ciertas ideas sobre universos paralelos que hubiesen quedado mejor en el olvido).

 Y es una pena porque como novela de aventuras podría haber funcionado la mar de bien. Pero se queda en un interesante ejercicio de estilo, a ratos entretenido, a ratos plomizo, que ni aburre ni ilusiona. Espero mucho más de Chicas Muertas.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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