Ir tirando
Philip K. Dick

Alcor
Puttering about in a small land
1985
1988
Traducción de Eduardo G. Murillo
282 páginas
Ilustración Ufo

Antes de dedicarse a tiempo completo a la ciencia ficción, Philip K. Dick intentó labrarse durante la década de los 50 una carrera en el mundo de la literatura general, escribiendo una serie de novelas que pulularon por varias editoriales sin cuajar. Después de su muerte a comienzos de los 80, y a raíz del paulatino éxito de Blade Runner, algunos lumbreras las rescataron del baúl donde habita el olvido y, con un mínimo lavado de cara, las pusieron en circulación. Pero a diferencia de otro tipo de rescates post mortem perpetrados en los trabajos de determinados autores (Lovecraft y Tolkien son los más significativos), aquí hay algo más que un comienzo dubitativo. De hecho resulta desconcertante su fracaso ya que, aunque son fruto de un autor excesivamente tosco que no maneja nada bien el tempo de la narración y hace un uso burdo del lenguaje, deparan una encomiable disección de la sociedad californiana de la época y problemáticas inherentes al hombre de finales del siglo XX, comienzos del XXI.

Analizado con un poco de detenimiento, Ir tirando nos sitúa en un paisaje análogo al que se observa en sus mejores libros de género, como Tiempo desarticulado, Tiempo de Marte, El hombre en el castillo o Doctor Bloodmoney; una América de clase media baja donde los curritos viven en unos suburbios nada idílicos condenados a que el sueño americano que han intentado vivir se les caiga encima. Seres humanos con imperfecciones que difícilmente casan con las imperfecciones de aquéllos que les rodean y la sociedad en la que les ha tocado vivir.

Su protagonista, Roger Lindahl, es un hombre que dejó a su ex mujer y una niña pequeña en la costa Este para viajar con su nueva pareja hasta California. Primero para participar en la industria de guerra durante la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, después de una fase de zozobra tras quedarse en el paro, realizar su gran sueño: abrir una tienda de venta y reparación de televisores. A su lado está Virginia, una mujer supeditada a sus sueños y frustraciones que lo sacrifica todo por su cuestionable triunfo y cuya única alegría viene de la mano de su hijo Gregg, enfermo de asma. Uno de los momentos más peliagudos de la relación entre ambos llega cuando Virginia quiere llevar a Gregg a una escuela fuera de la gran ciudad, en un ambiente más sano y alejado de los métodos educativos tradicionales... a costa de pagar un dinero que su marido se resiste a poner. Y así, durante una visita a la escuela, se cruzará en su camino una pareja, los Bonner, que catalizará una crisis de consecuencias difíciles de prever.

No sorprende el sólido trabajo que realiza Dick sobre los personajes; durante toda su carrera ya demostró que sabía qué botones pulsar para reflejar tanto la alienación de unos seres condenados a ser un engranaje más como la liberación que suponía un hecho crucial que ponía del revés su cotidianeidad. Este hecho, que en sus libros de temática fantástica le servía para introducir algo tan resbaladizo como la propia naturaleza de la realidad, aquí viene de la mano del adulterio, del que se pueden observar tanto sus causas como sus consecuencias, o las diversas etapas intermedias (y que Dick debía conocer bastante bien; no por nada le perdían las mujeres). Lo mejor está en el enfoque, opuesto al meramente culebronesco, del que germinan nociones muy bien desarrolladas como el machismo, la incomunicación, el inmovilismo acomodaticio, el solipsismo o la necesaria búsqueda de nuevos horizontes.

 Todos ellos surgen de un excelente trabajo de contraposición entre los Lindahl, que vendrían a ser los que han intentado vivir el sueño de California y están saliendo escaldados, y los "felices" Bonner, el objetivo al que los Lindahl aspiran, una fachada que apenas acierta a ocultar la insatisfacción que se encuentra detrás. Entre estos últimos destaca el carácter de Liz, el elemento disparador de las pasiones secretas de Roger Lindahl, que goza de una personalidad insegura, disoluta, ambigua y soñadora que da mucho juego. Probablemente el momento más álgido de Ir tirando viene de un delirio prospectivo sobre cómo podría ser su futuro, que casi le lleva a confundir sus deseos con la realidad, y que recuerda a lo que el propio Dick exploró posteriormente en el resto de su obra.

Frente a este mixtura de dinámica de personajes y pura descripción social chirrían las habituales lacras de Dick, como una estructura narrativa pretenciosa y artificial. Por ejemplo se utilizan varios flashbacks imbricados en el desarrollo del presente que se introducen de forma descuidada, sin mucho sentido, y que terminan volatilizándose al llegar la mitad de la historia. O un último capítulo que, a la manera de un edulcorado "y unos meses después", constituye un prescindible aditamento que no es un final feliz de pega pero, por momentos lo parece.

De todas formas, es un libro que merece la pena leer se sea o no lector de Dick. Sobre todo por lo que ofrece.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
Este texto no puede reproducirse sin permiso.