Clase nocturna
Tom Piccirilli
La Factoría de Ideas
Night Class
2002

2004
Traducción
Manuel Mata Álvarez Santullano
233 páginas

Desde que comienzos de los años 80 surgiera ese abigarrado volcán de sensaciones salvajes, primarias y perversas que es Clive Barker, el terror anda a la busca y captura de un nombre que introduzca frescura en la miasmática atmósfera en la que se haya sumido. Un "puesto" para el que ha habido pretendientes (Dan Simmons apuntó alto en la segunda mitad de los 80 con algunos cuentos y novelas potentes, para diluirse posteriormente), pero que nunca fueron más que eso: candidatos a un cetro que se antoja desierto. En España el asunto es todavía más peliagudo porque el terror contemporáneo ha sobrellevado muy mal los años de crisis de la literatura fantástica y arrastra década y media de retraso respecto al resto del mundo; grandes nombres (por ventas, que no calidad) a parte, apenas se sabe qué más se ha publicado.

Como comentaba en la reseña de El contrincante de Elia Barceló, hay alguna editorial que se está animando a poner en el mercado novelas anglosajonas novedosas, con un recibimiento bastante frío por parte de los lectores. Para muestra sirva esta competente crítica de Manuel Santos sobre La hora antes de la oscuridad Douglas Clegg, un supuesto alumno "aventajado" de Stephen King que no le llega a su maestro ni al barrillo de la suela del zapato.

La Factoría es una de esas editoriales y tras tres años de recurrir a grandes nombres como Matheson, Campbell o Barker, recopilaciones construidas alrededor de ese expoliado santuario que es H. P. Lovecraft o mitos vampíricos "modelnillos" como El ansia o El alma del vampiro, por fin se atreven con los desconocidos autores de la última hornada. Así han editado este Clase nocturna de Tom Piccirilli, al que seguirá Los que reptan, del excyberpunk John Shirley. En el caso del primero, viene con la solvente carta de presentación de haber sido agraciado con el Bram Stoker del año 2003, premio que galardona a la que se considera la mejor novela de terror anglosajona del año.

Y, siguiendo con la tónica, lo cierto es que Clase nocturna está teniendo unas críticas, digamos, tibias. Quizás porque, publicándose tan "nada", se espera que al menos aquello que nos llega sea de órdago. Y está novela está lejos de ser deslumbrante. No tanto por el estilo, que Piccirilli sabe de escribir algo más que hilar ideas, como que al final su trama está más vista que la rana de la fachada de la Universidad de Salamanca, un aspecto que juega mucho en contra de una narración cuya capacidad de sorpresa es nula. Que, bien mirada, es atmosférica y, en determinados momentos, llega a ser perturbadora. Pero en un grado limitado.

Su protagonista es Caleb Prentiss, un jovencito desarraigado, apático, poco comprometido y con serios problemas con la bebida al que, durante las vacaciones de Navidad, le cayó el muerto de que asesinaran brutalmente a una chica en su cuarto. Crimen que no interesa lo más mínimo entre sus compañeros y que despierta en él la necesidad de conocer detalles concretos sobre la víctima: quién era, qué circunstancias rodeaban su vida, quién pudo matarla, qué le interesaba,...

En el desarrollo de esta fascinación Piccirilli demuestra que posee una acusada personalidad. Más allá de convertirse, cuando el argumento se podría haber prestado a ello, en un Kevin Williamson de pacotilla, cultivador de un terror juvenil a lo susto-grito-te persigo con el cuchillo-te degüello tan a la orden del día en el cine de hoy, o jugar a la emulación de grandes nombres, opta por ahondar en una textura narrativa propia. Con un uso del lenguaje poco convencional, un evidente abuso de la metáfora, una estructura nada lineal en la que en un vigoroso presente se superponen varios hilos pasados bien imbricados, una elección temporal brillante (toda la acción se desarrolla en un único día) y una cadencia tumultuosa, consigue un resultado tan llamativo...

... como desigual. Llega a ser tan excesivo en sus maneras que su mesura queda en tela de juicio. Citando el comentario de Javier Vidiella sobre Clase nocturna en Cyberdark.net: Aunque dichas metáforas estén bellamente construidas en muchas ocasiones (de algo le ha servido a Piccirilli su asistencia a un taller de escritura creativa), su acumulación lleva al lector a un punto de saturación a partir del cual no da más de sí, cosa verficable a las veinte páginas de haber comenzado. También se puede hablar de sus sobredimensionados caracteres (no sé si me da más grima el protagonista que se ha quedado sin familia y que se pasa las Navidades de bar en bar por medio EE.UU.; su novia empollona dispuesta a todo por conseguir una buena nota; su esférico compañero con serios problemas para mantenerse despierto; su culebrónica pareja de amigos;...) o la limitada armonía entre dos aspectos en apariencia antagónicos como la sugerencia y la explicitud, que fluctúan de un conseguido equilibrio a la estridencia más virulenta. Sin embargo, especialmente, se debe recordar lo ya comentado: la escasa chicha que pone en el asador, que conduce casi ineludiblemente a la decepción final. No se entiende que las buenas artes de Piccirilli se hayan puesto al servicio de un campo tan trillado del que resulta casi imposible extraer algo memorable.

Aunque hay que reconocer que la trama lleva impresa con garra asuntos como la preocupación y, por qué no decirlo, enferma fascinación que puede despertar una muerte brutal a nuestro alrededor, cuando si sucediese a dos pueblos de distancia no importaría lo más mínimo (bien contrastada entre el protagonista y sus vecinos de cuarto); o el decrépito ambiente del lado oculto del mundo universitario, con sus juegos de poder, su mezquina lucha por la influencia, sus lameculos buscafondos (y buscaempleos),... Lecturas que se apuntan sin caer en el alegato moralista más vulgar y que redundan en una relativa trascendencia.

Eso, unido a su brevedad (si en vez de esta letra que hasta Daredevil podría ver se hubiese optado por una más acorde a la realidad editorial, no pasaría 175 páginas), hacen de Clase nocturna una novela de terror interesante que da menos de lo que promete pero que proporciona algo poco usual: buen estilo. Que eso sea o no suficiente ya depende de los gustos de cada cual.

© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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