El contrincante
Elia Barceló
Minotauro
Mayo de 2004
461 páginas
Ilustración Simón Mardsen

De un tiempo a esta parte la pata comercialmente más débil de la literatura fantástica está despertando de su dilatada hibernación, grandes nombres (Esteban Rey, Ana Arroz,...) a parte. En el mes de Mayo, el gigante liliputiense comprado por Planeta hace ya casi tres años a puro golpe de talonario, Minotauro, inauguró una colección de terror bajo el sobrenombre de Hades. Por ahora han aparecido dos títulos: La hora antes de la oscuridad, una novela que presenta a Douglas Clegg y que está recibiendo palos bastante guapos por parte de sus (escasos) lectores, y este El contrincante, de Elia Barceló, que ahora comento.

Estamos ante un ejemplo más de la palabra de moda en el fantástico europeo: hibridación. Una muestra que no amalgama muchos ingredientes pero que debe más a un enfoque de fuera del género que a lo que se encuentra dentro de él. De ahí que encasillarlo dentro de una colección que predispone tanto antes de la lectura puede provocar que aquéllos que realmente podrían disfrutarlo sin ningún tipo de prejuicios vayan a ser los más reticentes a entrar en él. El contrincante tiene más de narración sobrenatural cotidiana, de encuentro y disección de varios personajes, de thriller teológico (débil) o de pura fantasía heroica que de relato atmosférico, oscuro y misterioso. Bueno, misterio hay. Sin embargo ni tansmite temor (algo hay, pero circunstancial), ni pone los nervios a flor de piel, ni supone un baño de vísceras, ni deja un poso de horror ante lo desconocido, ni se vive como un cúmulo de sensaciones primarias. Quizás porque sus intenciones son otras. Quizás porque cuando se escribió su primera versión Barceló todavía no tenía la sapiencia que ha acumulado con el tiempo.

Como cuenta la propia autora en la introducción (algo poco frecuente en la casa), o en esta entrevista disponible en Cyberdark.net, El contrincante es una novela que nació hace casi quince años cuando todavía estaba en una etapa muy inicial de su carrera y, aunque después la ha reescrito un par de veces, todavía se aprecian, levemente, una serie de circunstancias habituales en los "novatos". Empezando por una galería de personajes y situaciones un tanto estereotipados. No sólo en los papeles secundarios (ese comisario burrote pero buena gente obsesionado con culpar a un inocente; la psiquiatra comprensiva; la enfermera solterona con buena mano; el trepa que las lía pardas; el cura que "sabe";...) o las cosas que ocurren (anda que lo del pobre hombre que tiene la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento preciso se las trae), sino en otros aspectos, como la necesidad de meter un protagonista predestinado a sufrir en sus carnes una serie de pérdidas para convertirse, después de su conveniente iluminación, en un salvador invencible. Una característica manida que aunque explicada está traída por los pelos.

Aquí voy a hacer un inciso para caer en una mala costumbre: comparar con otra novela semejante. José Carlos Somoza en La dama número 13 situaba a un protagonista no muy diferente enfrentado a otro enemigo casi inabarcable. Pero durante su combate pasaba las de Caín, experimentaba los peores temores que se pueden idear, se planteaba la claudicación y su predestinación, también presente, le venía de fuera. Era un hombre inerme presa de unas fuerzas que no podía controlar y que le aterraban por completo (no era para menos). Sus desventuras eran más vivas, menos artificiosas. Aquí los padecimientos del "héroe" pertenecen también al sector "duro", pero se centran exclusivamente en la pérdida del amor; muere gente a su alrededor de forma truculenta pero apenas hay mella en su determinación; llega a su destino con facilidad mediante la intervención indirecta del escritor; a pesar del ambiente y las situaciones que vive, apenas sufre de mera desorientación; y su condición de salvador viene de nacimiento, como si estuviésemos en una historia de fantasía heroica pura y dura. Un conjunto que, creo, lastra ostensiblemente la credibilidad que toda narración de debe tener.

También resulta inevitable referirse a los absurdos que aparecen en contados puntos de la trama y que confían excesivamente en la ingenuidad del lector. Por ejemplo, evitando reventar el curso argumental, en un momento un asesino múltiple tiene a huevo acabar con el protagonista sin más que abrir una puerta (y se puede asegurar que sabía perfectamente que estaba allí). Sin embargo Barceló necesita que haga otras cosas para forzar al "héroe" a ir a donde tiene que ir en una determinada condición. Así que lo evita para, a las pocas páginas, volver otra vez a la misma situación. Pero esta vez, sin que haya habido un cambio sustancial, sí que ve razonable que se enfrenten, así que se propone acabar con él (claro, no lo consigue).

Leyendo hasta aquí parece un lector golpea un libro que no le ha gustado y, como se suele decir, nada más lejos de mi intención. El contrincante tiene factores muy positivos que convierten su lectura en una experiencia fructífera y disfrutable, como el desarrollo de la primera parte de la novela, una historia de encuentros, bien tramada, perfectamente natural, que transmite a las mil maravillas las emociones y sentimientos vertidos en su vida diaria y que los pone en perfecta situación para la segunda parte. O la resolución del enigma que rodea a la desaparición que atormenta al protagonista, bien dosificada. O la paulatina irrupción del aspecto "diabólico", que acentúa el suspense y la necesidad de descubrir qué es lo que está pasando y por qué.

O el escenario de la segunda parte de la novela, un pueblo abandonado excepcional, en plena meseta castellana, con su fisonomía típica, su páramo, sus cañadas, un lago en las proximidades y, en su interior, un laberinto donde a nadie le gustaría perderse. O las castas y comportamientos de los adoradores del Contrincante. O los crueles tormentos que viven allí los condenados. O, incluso, aunque pueda dejar la sensación de superficialidad, ahí queda el contenido teológico del libro, centrado en el libre albedrío y la naturaleza del Bien y del Mal. O la propia prosa de Barceló, que sabe darle el punto justo de contenido lírico sin perder un ápice de pulso, y que convierte cada conversación en un continuo fluir de información, a veces enmascarada, otras nítida.

De ahí que El contrincante sea una lectura armoniosa a la que unos puntos débiles, relativamente veniales, merman sus posibilidades.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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