Ilión
Dan Simmons
Nova CF
Ilium
2003
Traducción Rafael Marín
Diseño de cubierta Alejandro Colucci y Sara Salvador

1. El asedio

Julio de 2004
361 páginas

2. La rebelión

Octubre de 2004
337 páginas

Después del pelotazo que pegó a comienzos de los 90 con los Cantos de Hyperion Dan Simmons ha dado bastantes tumbos. Primero con unas novelas de terror que ni mucho menos estaban al nivel de sus excelentes cuentos de finales 80 o las meritorias La canción de Kali y Los vampiros de la mente. Después con las continuaciones de su magnum opus, entretenidas, con ritmo, bien urdidas, pero a todas luces innecesarias. Por último con una serie de historias que han ido desde el thriller rutinario al terror más refinado (hablan maravillas de A Winter Haunting), sin excesiva resonancia. Una errática carrera, con más bajos que altos, en la que su demostrado talento parecía haberse atemperado. Y justo cuando parecía del todo perdido y no se esperaba nada que volviese a poner su nombre en primera fila, se marca una nueva historia publicada en dos libros, Ilium y Olympos (aquí, cortesía de un editor avispado y su brainstórmico departamento de marketing, esperemos que sólo cuatro volúmenes), que remiten a uno de los grandes Clásicos de la literatura universal: los cantos homéricos de La Iliada y La Odisea. Un ejercicio que, a nadie se le escapa, recuerda a la obra con la que rompió moldes hace ya quince años. La pregunta es clara: ¿Iguala al resultado?

Yendo por la directa, las sensaciones que despierta Ilión producen un sonoro contraste. Es un ejercicio de nostalgia de la ciencia ficción equivalente al que pudimos leer en Hyperion, una revisión de muchos de sus temas, ideas, fundamentos, clichés, arquetipos, gadgets, personajes, costumbres, hitos,... trepidante, escrito con una mano que sólo los buenos contadores de historias tienen, que te lleva con tino de la primera a la última página casi sin pestañear, desplegando un trayecto emocionante donde abundan las sorpresas. Pero, pero, pero (sí, algo tenía que haber). ¿Qué decir de una narración que no es más que un refrito de muchas otras, que repite algo que Simmons ya había bordado antes y que no está igual de bien cocinado? Porque el gran problema de este Ilión no es tanto que no funcione como que, si se rasca un poco en su superficie, se ven todos los pedazos con los que está construido.

Y eso que comienza de forma inmejorable. Volver a contar la guerra de Troya, situando en Marte a unos dioses post humanos que son capaces de recrear con total fidelidad dicha contienda, es algo digno de ser leído. No porque se desvíe de lo que sabemos por Homero, que lo termina haciendo, sino por cómo imbrica los elementos del género la historia que conocemos. Primero situando a unos observadores moviéndose entre los héroes clásicos, fieles escribas de lo que contemplan, cotejando la información que recogen para autentificar su veracidad frente a las fuentes clásicas. Después metiendo a unos seres todopoderosos en medio de la contienda a la manera del panteón olímpico de Homero, con todo tipo de cachivaches cuánticos que son puros artefactos "mágicos". Y finalmente con el delirio total, desatando la acción en un aquí vale todo que parece no tener fin; un vibrante (y extravagante) espectáculo que disfrutarán todos aquellos que gusten de la ciencia ficción desatada. Incluyendo un final que es, tal cual, el de La Iliada tal y como nos ha llegado, con la acción suspendida justo cuando se pone interesante.

Sin embargo, entrando en la parte adversativa de la reseña, no ocurre lo mismo con las otras dos tramas en la que se divide Ilión. A Simmons se le ve mucho el plumero. O, mejor dicho, lo enseña con descaro. Por un lado tenemos la que engloba a los escasos humanos que quedan en una Tierra abandonada hace siglos por los llamados post humanos. Un conjunto de amantes de la buena vida que han perdido su "pasado" y sólo piensan en dormir, comer, celebrar suntuosas fiestas y follar como conejos. Y por otro la que concierne a los moravecs, unos robotijos habitantes de los planetas exteriores del sistema solar, que, preocupados por la actividad energética que observan en Marte, envían una expedición "secreta" para descubrir qué se esconde allí. Expedición formada por cuatro individuos, de los cuales dos se comportan como uno esperaría de una IA mecánica. Pero los otros dos... resultan ser un par de obsesos de la Literatura que a la que pueden se dedican a hablar sobre sus dos pasiones: Shakespeare y Proust. Y huele mal.

Como ya he escrito alguna vez por aquí, en esto de la literatura los trucos funcionan entretanto el prestidigitador que los está realizando mantiene el control de su función y es capaz de llevar la atención donde quiere sin que se le vean los hilos, las cartas que tiene en la manga o la trampilla escondida en el suelo. Y Simmons, cuando puso innecesariamente a John Keats en el juego de Los cantos de Hyperion, tanto un homenaje como una herramienta para ganar la complicidad del lector, lo hizo tan bien que a la gran mayoría  les dio lo mismo el motivo por el que lo ponía. Tenía controlada su función, manejó sus herramientas con acierto y consiguió un conjunto embriagador. Ahora retorna al lugar del crimen y en parte sale bien parado: independientemente de que su uso de Troya sea otra jugada de aquí te espero, con un reverso oscuro del que se podría hablar largo y tendido, funciona. Cosa que no se puede decir del resto de referencias, siendo la más evidente la mencionada de Shakespeare y Proust.

Cierto. El contraste con el estado de la humanidad es elocuente y muy conseguido: la especie que ha creado esos referentes ha olvidado todo su pasado, vive de una tecnología que no comprende y, en una ceremonia de cruel patetismo, loa a uno de sus miembros que ha sintetizado bronce. Mientras, nuestras creaciones han quedado en manos de unos herederos que no se dedican exclusivamente a almacenarlo sino que están convenientemente preocupados por avanzar en la hermenéutica del legado. Pero, al implementarlo, se pasa de "simpático".

A la que pueden los moravecs se regalan con extensas disgresiones a modo de paja mental sobre los sonetos del primero o la novela seminal del segundo, segmentos que no vienen a cuento y alargan más de la cuenta un hilo que, analizado en fino, está superestirado. Lo mismo se puede decir de la parte que ocurre en la Tierra, en parte un forzado homenaje a la novela seminal de H. G. Wells (unos elois de hoy en día enfrentados a unos morlocks que los controlan), otra vez más alargado de lo debido. Se podría haber llegado a las mismas revelaciones con un escenario un poco más trabajado u original (mismamente, en "Rumbo a Bizancio" Robert Silverberg hace algo similar sin que en primera instancia Wells venga a nuestra cabeza), evitando marear la perdiz y en la mitad de espacio.

Simmons cae presa de su propio juego y la estructura que ha elegido darle. Para mantener una cadencia a la hora de intercalar capítulos, como en dos de sus tres hilos no tiene acción para sostenerlo, crea de donde no hay a lo bruto. Se resiente de unos cuantos tiempos muertos que, lejos de transformarse en lugares de reposo entre diferentes segmentos, constituyen un pequeño muro con el que toparse cuando abandonamos los pasajes dedicados al sitio de Ilión, auténtico corazón de la historia sin la cual ésta moriría. Y a pesar de que las tres historias parece que suceden al mismo tiempo, avanzada la novela se producen saltos entre unas y otras, según a Simmons le viene en gana; mientras en unas avanzamos unas horas en otras transcurren semanas, llegando varias ocasiones a contar antes el efecto que la causa, cosa que aumenta la tensión antinaturalmente. No hay ni el orden ni el concierto deseables.

También proliferan por doquier multitud de guiños (esos hombrecillos verdes por Marte; los "velocirraptores" que acechan en la espesura del bosque;...) que nunca sabes por donde coger. Todo indica que los posthumanos, fanáticos de la Historia de la humanidad, gustan de estos chascarrillos "metaliterarios" para recrear la realidad en la que viven. Y como en el fondo son unos niños todopoderosos jugando a desarrollar su serie de televisión preferida (aún recuerdo los tiempos en los que quería ser "Lobo Aullador" Murdock, el ínclito locuelo del Equipo A), es hasta coherente con el conjunto. Pero leído con un ligero espíritu crítico, suena a maniobra de pésimo jugador de mus; un recurso gratuito, otro rompehielos hacia nuestra complicidad demasiado evidente.

Ardid que igualmente explota en los diálogos y pensamientos del segmento dedicado al sitio de Ilión, no sólo por los anacronismos de ciertas expresiones usadas por los guerreros en plena batalla (la de la hora del té es sencillamente gloriosa). Se compara el cuerpo de Aquiles con el de Mr Chuarchenager, el narrador es sometido a un juicio en el que hubiese preferido el jurado que salvó a O. J. Simpson, los guerreros cercenan cabezas moviendo sus espadas como André Agassi golpea de revés y otras lindezas semejantes. Claro, estas referencias son relativamente razonables si quien lo pronuncia es un personaje que proviene de finales del siglo XX, que está observando la conflagración desde primera fila. Pero es otra miguita más de lo "fácil" que nos quiere poner Simmons la lectura. ¿Por qué no utilizar un narrador de otra época? ¿Quizás porque entonces su trabajo hubiese sido muchísimo más difícil? Por no hablar de la torticera manera en que nos hurta la información para dosificarla según le viene en gana, cómo salva personajes por intervención directa, el descuido en la redacción cuando al final todo se acelera hasta una velocidad pocas veces vista,...

Da tristeza observar cómo un monstruo del storytelling, genio y figura a la hora llevarte como le viene en gana desde la primera a la última página, tenga que refugiarse una y otra vez en algo tan barato y corriente. Tenía elementos de sobra, como el espectacular sistema solar en el que sitúa la acción, para haber conseguido algo todavía mejor sin recurrir una y otra vez al camino más cómodo. Porque a pesar de los pesares Ilión es un espectáculo digno de ser leído por todos aquellos que dediquen a la ciencia ficción una parte importante de sus lecturas. Tanto como que sus setecientas páginas se leen en un plis plas; te deja con ganas de saber cómo se cerrarán todos los interrogantes abiertos.

Ahora toca esperar a que, en algún momento de finales del 2005 o inicios de 2006, nos llegue Olympos. Libro que, a pesar de la carnicera división a la que será sometido, se ha convertido en otra compra obligada.

Nota final: Resulta lamentable ver cómo un libro que editorialmente no supone ningún riesgo comercial y que ocupa 700 páginas, una magnitud nada extraña para la colección (ahí está el ejemplo de Un abismo en el cielo), es fraccionado para sacar a sus lectores diez euros más de los debidos. No es la primera vez que Nova acomete una feniciada de este carácter (reciente en la memoria está lo ocurrido con los libros de Neal Stephenson), y ya son varias editoriales las que se apuntan al ordeño de frikis.

Porque en eso nos estamos convirtiendo los lectores de cualquier tipo de literatura: un grupo de vacas condenadas a extinguirse a las que hay que ir extrayéndoles gota a gota todo el dinero que se pueda antes de que vayamos abandonando nuestro "vicio". Y claro, aquí las editoriales ni se plantean cómo abrir mercado (eso hay que dejárselo al Estado, que es su sacrosanta "misión"), ni si respetan a los autores ni sus obras, ni se preguntan si les están ofreciendo el mejor servicio posible a sus clientes. Sólo hay que mirar la cuenta de resultados e intentar que sea lo mejor posible sin correr el más mínimo riesgo ni salirse del raíl por el que se avanza. Total, la publicación de literatura ya no tiene nada que ver con la cultura: es sólo otra forma de negocio que en los grandes centros comerciales se sitúa justo entre los discos y los videojuegos. Así nos luce el pelo.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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