La estrella de los
gitanos
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La estrella de los gitanos marca, por lo poco que hemos leído de su posterior producción, el fin del gran Silverberg como novelista (aún escribe algunos relatos que son algo más que ecos de su "perdida" genialidad). Esa condición de "novela frontera" viene determinada por dos aspectos. Primero, forma junto con Gilgamesh el rey y Tom O`Bedlam un conjunto de tres libros en tres años con los que, a mediados de los 80, intentó hacer algo más que una mera historieta de aventuras. Y segundo, se observa al maestro deseoso de revisar sus dominios para sintetizar lo aprendido durante sus, por entonces, treinta años de dedicación al género. Porque La estrella de los gitanos es un space opera en toda regla, con su conflicto por el dominio de un imperio, viaje a varios mundos, aventuras en paisajes extraños,...; ofrece un retrato complejo de la forja de un "héroe", convertido en el salvador que le traerá la paz a sus congéneres; tiene su particular guiño hacia la proverbial misantropía de sus mejores historias, aquéllas en la que el protagonista principal optaba por el aislamiento y la soledad; hay una profunda labor investigadora que recuerda sus tiempos como escritor de libros de divulgación, en este caso centrado en las tradiciones gitanas; esa indagación se ofrece en un imaginativo contexto de ciencia ficción;... Un cúmulo de propiedades más que satisfactorio que no la ha librado de sonoras collejas por parte de la crítica, que la sitúa como una muestra más de su decadencia. Algo, a mi entender, bastante injusto aun cuando haya aspectos que se le puedan echar en cara. Como ya he dicho otras veces en esta página, el Silverberg que hemos podido leer de los últimos 25 años, salvo en momentos puntuales, ha perdido agudeza y se ha refugiado en la autoindulgencia y la autocomplacencia. Frente a un narrador que era capaz de ventilar en 200 páginas cualquier cosa sin perder un ápice de profundidad, desarrollo o grandeza, ahora tenemos un escritor que necesita el doble de espacio, y no precisamente para sacar mejor partido. Frente a un creador que sabía sacudir conciencias a base de introducir elementos revulsivos, ahora apenas es capaz de ofrecer algo con suficiente personalidad (en este caso, cierto, un gran personaje). Frente a un revolucionario capaz de coger los clichés del género, manipularlos a su antojo y devolverlos aumentados, ahora apenas hay un "echar la vista atrás", satisfactoria pero un tanto pacata. Le ha pasado como a un cava después de diez minutos de abrir la botella. Sí, está bien, y puedes disfrutarlo porque el tiempo de crianza, la calidad de la uva y el saber hacer del viticultor están ahí. Pero ha perdido sabor, aroma, intensidad,... Si de algo se le puede acusar a Silverberg es de haber mitigado, de forma consciente, parte de las cualidades que lo hacían grande. El resto siguen ahí pero... ya no es lo mismo. Sin embardo, como ha dicho alguna vez Alberto Cairo, no es que ahora sea malo. Es, simplemente, menos bueno. El gran acierto de La estrella de los gitanos está en su personaje principal, probablemente el más significativo de su última etapa, años luz por delante de los arquetipos protagonistas de El castillo de Lord Valentine y Gilgamesh el rey, y más trabajado (normal, le dedica casi 400 páginas) que los presentes en Tom O`Bedlam. Me refiero a Yakoub, el proverbial rey gitano. De él se observa una evolución que abarca diversas etapas de su vida, desde la infancia a la "senectud", que explica a la perfección su rasgo más acusado: estamos ante un manipulador forjado a sí mismo después de mucho sufrimiento, que sabe lo que debe hacer para que su pueblo avance. Y el tío, sin ningún escrúpulo, no duda en realizar lo que está en su mano para conseguirlo. Un el fin justifica los medios que en manos menos capaces hubiese puesto la sangre a la temperatura de la astenosfera pero que aquí resulta aterrador. Silverberg nos manipula como le viene en gana y nos pone de lado de su romántico y kamikaze director de orquesta. No está igual de entonado en el tempo, con un arranque anormalmente dilatado y bastante tedioso, pero sí en la estructura, que mezcla con gracia la historia en el presente, los flashbacks en los que Yakoub recuerda su pasado o las costumbres que estos romanís del futuro han ido desarrollando. Éstas se afrontan con un rico aire fabulador que extrapola lo que podrían llegar a ser a partir de lo son hoy en día. Eso sí, observado con un prisma color de rosa fruto más del romanticismo del que ha leído más que ha convivido con ellos y contado con una voz dicharachera, perspicaz, disgresiva, amable, ácida, subyugante... que quizás sea la del propio Silverberg de la nueva época. Ese narrador que perdió la virginidad imitando a sus idolatrados maestros, intentó cambiar el género a la manera del revolucionario, se llevó el scattergories cuando no le hicieron mucho caso, se agenció el oro y el moro cuando le dieron la oportunidad, se refociló con la literatura más pedestre... y, por fin, cogió todo esto y lo puso por escrito. Con mayor o menor éxito, pero consiguiendo un producto final interesante y sujeto a múltiples lecturas. Ahora que lo han saldado, es un buen momento para darle una oportunidad. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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