Tom O´Bedlam
Robert Silverberg
Martínez Roca
Tom O´Bedlam
1985

1987

Traducción Rafael Marín
280 páginas
Ilustración
Goodfellow / Young Artist

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la hora de inspirarse para crear una historia cualquier fuente es válida, y eso Robert Silverberg lo sabe como nadie. Una tragedia griega, una novela victoriana, un viaje a algún lugar, un hecho histórico más o menos relevante, un relato maestro de un gran escritor, un cliché archisobado,... han sido en sus manos semillas de las que han crecido narraciones difícilmente contestables. En Tom O´Bedlam (1984), que pasa por ser lo mejor que ha escrito en los últimos 30 años, partió de La balada de Tom of Bedlam, una canción popular inglesa, y la tradición de los locos ambulantes existente en aquel país para dar un enfoque diferente a los temas que había dejado aparcados una decena de años antes.

Para empezar tenemos algo muy poco común en Silverberg; una historia coral. La novela está partimentada en ocho actos y en cada uno se muestran diferentes acciones protagonizadas por un variado elenco de personajes. El principal, Tom O´Bedlam, es un vagabundo que va de tonto del pueblo y que se dirige hacia la costa oeste de EE.UU. en el año 2103. Un país asolado por una catástrofe nuclear que lo ha partido en dos donde los bandidos practican el pillaje, las sectas controlan la vida de decenas de miles de personas y los dementes son recluidos en instituciones que les someten, día tras día, a una terapia de borrado de recuerdos.

Esporádicamente, Tom padece una serie de visiones que fragmentan la realidad a su alrededor y le transportan en un viaje imaginario a una serie de lejanos planetas con extraños ecosistemas, muy coloristas. Estas visiones irrumpen en las percepciones de las personas más sensibles que se encuentran en las proximidades, como los locos de un sanatorio que es el marco fundamental de acción. Los psiquiatras encargados de dicha instalación, mientras combaten su escepticismo, se ven obligados a contener una epidemia creciente que, de ser un hecho aislado, pasa a martillear día tras día a todos sus pacientes. Por último, tenemos una peregrinación, a mitad de camino entre una hégira y una razzia, en la que se embarca una secta de adoradores de Chungirá-el-que-vendrá, culto milenarista enclavado en la frontera con México que amalgama religiones indígenas de ambos lados del Atlántico.

Por su argumento, la perspectiva multi focal, los interrogantes sobre los que trabaja, el lugar donde se desarrolla primordialmente y la forma en la que se afronta la ruptura de la realidad, Tom O´Bedlam recuerda a una de las novelas potentes de Philip K. Dick de mediados de los 60. Sin igualar su fuerza, contada con la misma convicción y en la cantidad justa de páginas, algo nada común en Silverberg desde su vuelta a la escritura en 1978 con El castillo de Lord Valentine. Asimismo toma el miedo que surge ante lo que a priori no tiene explicación científica de "El Proclamador" (un relato suyo escrito a comienzos de los 70), manteniendo su visión sobre el fanatismo religioso y el tono apocalíptico y desprendiéndose de su contundente cinismo, y lo adereza con la búsqueda de una unidad pancósmica con otras inteligencias de nuestro universo; idea mística omnipresente en Regreso a Belzagor.

Esta revisión no se limita a una mera repetición de conceptos sino que avanza en un sentido relativamente novedoso. Esa unión con "los otros" ya no se observa como un objetivo idílico exento de contraprestaciones odiosas, sino que está impregnado de un fatalismo monstruoso asociado a las pérdidas que trae consigo. Lo que convierte la obra en un foco de pesimismo. Incluso la figura mesiánica de Tom, que funciona como llave hacia esa comunión y que podría haberse limitado a ser un vulgar remedo de otros mesías Silverbergianos, como el esquivo Richard Muller de El hombre en el laberinto o el idealista Kinnal Darival de Tiempo de cambios, tiene aquí unas connotaciones grotescas. Su condición de hombre de pocas luces con un plan y un mensaje harto sencillos le transforman en la viva imagen del fanatismo; un individuo que responde por sistema con la receta más simple y extrema a un problema cuya solución es otra.

Sin embargo diversos sectores de la crítica acusaron al Silverberg de no aportar nada nuevo a lo que había hecho antes, y de ser abiertamente escapista, de claudicar ante la adversidad, que ante las dificultades insoslayables la única salida es la más fácil: el abandono. En mi humilde opinión nada más lejos de la realidad. A imagen y semejanza de cuentos como "El Proclamador" o el olvidado "El Dybbuk de Mazel Tov IV", hay un tupido velo de ambigüedad desconcertante detrás del cuál presenta un desánimo hondo, brutal y nada acomplejado, que desnuda la fragilidad de la voluntad humana, su miedo a la soledad y su aspiración a formar parte de algo. Tres ideas que van más allá de sus novelas previas y que terminan desembocando en un final de lo más triste y desalentador; quizás el que el hombre medio (que es el protagonista central de la novela) elegiría

Si además se considera que posee unos personajes sólidos y bien trabajados, una trama razonable, una prosa variada y efectiva, un desarrollo uniforme y un clímax muy conseguido, Tom O´Bedlam se convierte de pleno derecho en otro Silverberg de cajón que ha tenido la mala fortuna de ser escrito doce años después de Muero por dentro. Puede que no haya recuperado ese nivel, pero he aquí una de las excepciones que se pueden encontrar entre los múltiples ejercicios autocomplacientes en los que ha caído. Y no es la única.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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