La mirada de las Furias
Javier Negrete
Nova
1996
Mayo de 1997

376 páginas
Ilustración Trazo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los escritores españoles de ciencia ficción suelen escribir pocas novelas que resistan las comparaciones con aquellas que nos llegan del Reino Unido o Estados Unidos. Lo que resulta curioso es que las más recordadas de los últimos años, y que pueden competir con aquellas de tú a tú, Lágrimas de luz de Rafa Marín y Mundos en el abismo del tándem Aguilera/Redal, son novelas de aventuras con un fuerte componente de space opera. Supongo que esta casualidad venga de la honda tradición aventurera de la ciencia ficción hispana, labrada en colecciones míticas como Luchadores del Espacio en la que abundaban las naves volando entre planetas y los personajes enfrentándose a situaciones imposibles (pero donde la calidad brillaba por su ausencia). Javier Negrete, que en sus trabajos anteriores había demostrado que dominaba un amplio juego de registros, eligió para su primera novela este mismo terreno, aunque se decantó más por la aventura pura y dura que por otros aspectos. Y a pesar de que La mirada de las Furias no tiene la relevancia de los dos ejemplos citados, es un libro entretenido que merece la pena ser leído.

Su protagonista principal, Éremos, es un sosias de James Bond, creado mediante ingeniería genética con un cuerpo pluscuamperfecto que le permita desenvolverse en las más peligrosas misiones. Entre sus cualidades se encuentran una multiplicada inteligencia y unas cualidades físicas amplificadas, que incluyen músculos más eficientes, mayor rapidez de respuesta, un inmenso atractivo,... Al servicio de una gran corporación, después de 20 años hibernado, tiene poco más de una semana para viajar a un planeta que se ha convertido en un gigantesco penal, introducirse en una sociedad desconocida formada por los convictos y descubrir qué objeto hay allí que ha despertado la atención de los Tritones, una poderosa raza extraterrestre que amenaza con destruir a toda la humanidad.

La anterior comparación con el conocido agente británico está más que justificada. Las peripecias de Éremos siguen el conocida esquema Bond de: asignación de la misión (por parte de un M un poco entradito en años), incursión bajo otra identidad en un escenario que desconoce, casinos para que pueda triunfar en el juego, una bella señorita a la que enamora en dos partidas de cartas, todo tipo de delincuentes y señores del crimen que no saben con quien se la juegan, una organización rival que intentará acabar con él a toda costa,... Y funciona a la perfección.

Y como básicamente es una novela de personaje, se entiende con facilidad que su interés resida en cómo sea éste y cómo funcione en sus evoluciones. Pero uno puede estar tranquilo ya que frente a los héroes de hoy en día, enfundados en un halo de corrección total, Éremos es un tipo relativamente amoral, carente de emociones y capaz de cualquier acción con tal de llevar a cabo su misión. Así, no sólo utilizará sus encantos potenciados para hacer que una bella mujer se enamore incondicionalmente de él (sin importarle las consecuencias que esto puede traer) sino que hará uso de todos los elementos a su disposición para salir de las situaciones peliagudas que se va encontrando. En especial hay un momento que causará dolor de estómago a los pertenecientes a alguna asociación protectora de animales y que sacude al lector de forma inesperada aunque sea consecuente con la naturaleza del personaje.

E, independientemente de que por momentos se note que es una novela corta ampliada de extensión (algunas de las situaciones que plantea no vienen mucho a cuento y son prescindibles), Negrete consigue que los acontecimientos se sucedan con donaire en una fehaciente demostración que, con excepción de César Mallorquí, no hay nadie en nuestra moderna literatura fantástica que domine como él el tempo narrativo. Además el universo que crea es vívido y un tanto estrambótico, lo que hará las delicias de los que (como yo) gustaron de El quinto elemento. Lo que esta vez le juega una mala pasada es su conocida pasión por la Grecia antigua, que aquí fuerza excesivamente la suspensión de la incredulidad. Es muy complicado entrar en un mundo futuro en el que lo Griego es de importancia fundamental, tanto que, por ejemplo, sólo es posible descifrar un mensaje alienígena por parte de especialistas en esa cultura.

Al final, La mirada de las furias queda como una novela de aventuras fácil de digerir al que le faltó algo de entidad y le sobró tamaño para llegar a cotas más altas. Una pena porque podría haber completado un trío impagable junto a las novelas de Marín y del dúo Aguilera/Redal.

Como curiosidad, se pueden apreciar ciertos elementos narrativos y creativos que retrotraen a su novela corta Estado Crepuscular, aunque aquí el humor está lejos de ser el corazón de la novela, es menos salvaje y sólo es un elemento secundario.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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