La Separación
|
En la visita que el año pasado Christopher Priest hizo a Madrid tuve la fortuna y el placer de conversar con él durante un cuarto de hora. A parte de diferentes temas que no vienen al cuento, le pregunté por la necesidad que había tenido de escribir La Separación, un libro que arrasó en los premios británicos de ciencia ficción del 2003 y que acaba de publicar Minotauro. Mi interés radicaba en que es una ucronía centrada en la Segunda Guerra Mundial, tema bastante extraño en la bibliografía de alguien tan alejado de las corrientes principales del género. Su explicación fue tan sencilla como certera. Priest nació en Gran Bretaña en 1943 y, durante sus primeros años de vida, tuvo siempre a la vista la suma de caos, heridas, muerte o ausencias acumulados durante los 6 años de conflagración. Esta obra es una retribución con su pasado que surge para dar respuesta, como escritor de ficción, a dos preguntas cuanto menos polémicas: ¿se podría haber alcanzado la paz en los primeros momentos de la guerra? ¿Pudo la razón y el sentido común, en un periodo donde estaban ausentes, imponerse a la locura? Su base está en la propuesta de paz llevada por Rudolph Hess en 1941, que propicia un armisticio y una alteración de consecuencias inospechadas. El libro arranca en 1999 con la investigación que Stuart Gratton, escritor de libros históricos, está haciendo sobre la figura de J. L. Sawyer, un piloto de la RAF que aparece nombrado levemente en un memorandum de Churchill previo a la paz con el régimen Nazi. A sus manos llegan unos diarios escritos por Jack Sawyer mucho después de la Segunda Guerra Mundial, un piloto de la RAF que durante la guerra se dedicó a pilotar bombarderos en misiones nocturnas sobre Alemania. En ellos, sin seguir un estricto orden cronológico, Sawyer recuerda una serie de hechos aparentemente inconexos que terminarán creando el relato de su vida desde que en 1936 compitió con su hermano gemelo Joe en las olimpiadas de Berlín. Pero estos no son los únicos diarios presentes en La Separación. Más adelante leemos los de Sam Levy, miembro de la tripulación de Sawyer, y los de Joe Sawyer, que hereda la voluntad pacifista de su familia y trabaja conduciendo una ambulancia para la Cruz Roja. Ambos entrarán en conflicto con el primero y darán pie a múltiples especulaciones, a cada cuál más incisiva y desconcertante. Su estructura rompe con el relativo convencionalismo de Experiencias Extremas, S.A. para recuperar la que utilizó en El Prestigio. Pero ahora Priest ya no urde un todo cerrado, que proporciona todas las respuestas a las preguntas formuladas, sino que da un paso por un camino más arriesgado y plantea una obra completamente abierta, con una interpretación que el lector no espera y que creará incertidumbre, duda y alguna que otra reacción desproporcionada. Situación de la que me gustaría hablar aquí pero que, lamentablemente, no puedo comentar. Una vez más estamos ante un libro que es mejor leer con la mínima información posible para que el placer de descubrir sus características no disminuya. Como toda ucronía, el mundo en que sucede no se asemeja en nada al que conocemos: Gran Bretaña es una superpotencia; EE.UU. se encuentra sumido en una crisis galopante; los judíos, evacuados de Europa al finalizar la guerra, viven en Madagascar (ahora llamado Masadá); el pueblo malgache intenta recuperar su territorio (en un incisivo reflejo del pueblo palestino);... Pero son sólo detalles que caen a vuelapluma, notas a pie de página apenas desarrolladas. Priest va al fondo de este tipo de historias para indagar en una dirección insospechada. Frente al tópico basado en la alteración debida a grandes eventos (p.e. en Pavana, asesinato de Isabel de Inglaterra), aquí lo que determina el cambio es la participación de dos seres "normales", de los que había millones involucrados en aquella guerra. Y aunque se exploran las consecuencias, lo importante es observar cómo unos pequeños cambios pueden desembocar en un curso histórico diferente al que todos conocemos. Así se establece un intenso diálogo entre los tres diarios, que habrá que ir casando en la medida de lo posible para descubrir las semejanzas, las divergencias y el motivo por el cuál aparecen estas últimas. Un inteligente juego de espejos, disfrutable y repleto de interpretaciones. De ellos emanan múltiples ideas para meditar como la manipulación por parte de los gobiernos sobre la opinión pública (es la leche cómo el pueblo inglés se creía lo de los bombardeos selectivos sobre Alemania cuando ellos mismos los sufrían en sus propias carnes); la "dificultad" para mantener una postura pacifista sin involucrarse o la de beliscista sin plantearse lo que estás haciendo; el tema de los dobles y las suplantaciones de personalidad; la relación entre hermanos y con la familia; las habituales retruécanos del autor sobre la veracidad de las percepciones y el sentido de la realidad; lo grotesco de determinados personajes históricos... Y, por encima de todo, el brutal sinsentido de la guerra. La oposición entre Jack, bombardeando noche tras noche diferentes ciudades alemanas y Joe, sufriendo a su alrededor las peores consecuencias de los ataques sobre Londres, es elocuente. Asimismo, lejos de ser caracteres monolíticos, continuamente se plantean sus roles e intentan comprender al "otro", que representa el "enemigo" contra el que "luchan". Hay otros dos personajes que juegan un papel fundamental en el libro: Rudolph Hess y Wiston S. Churchill. Los Sawyer entrarán en contacto con ellos y los contemplaremos según su ideosincrasia, lo que produce un contraste curioso. Por ejemplo, refiriéndonos al segundo, Jack lo ve como el hombre que mantiene la moral en una Gran Bretaña derrotada, sometida a los continuos mazazos de los bombardeos y a la figura de un tercer Reich casi indestructible. Mientras, Joe lo pinta como un instigador, un halcón que para perpetuarse en el poder necesita la guerra, alguien con un pasado de continuos fracasos bélicos que llevaron a la muerte a decenas de miles de compatriotas y que es un obstáculo para conseguir la paz. De la suma de ambos surge un retrato complejo, no sé si muy fiel a la realidad pero sí más completo que los que se suelen encontrar en cualquier ficción o hagiografía. Todo el rato me he estado refiriendo al libro como La Separación, traducción literal de su título original, y no como El último día de la guerra que aparece en la portada. El motivo de esta divergencia está en esta "mutación" abominable que oculta la esencia del libro. El título original supone un avance de todo lo que nos vamos a encontrar en el interior, un fabuloso juego intelectual al que Priest acude una y otra vez. Esa separación nos habla de la paz separada que le ofrece Hess al gobierno británico; de la separación que les llega a los dos gemelos idénticos que estaban unidos por un vínculo aparentemente indisoluble; de las pequeñas causas que en un momento determinado pueden hacer divergir el curso de la Historia, separándola del que conocemos; de cómo los seres humanos pueden solucionar los problemas que les separan; de las separaciones argumentales diseminadas a lo largo de la narración y que revientan cualquier plan previo que el lector haya establecido para intentar darle sentido;... Y, a parte de otras que ahora mismo se me escapan (maldita memoria), hace referencia a la propia estructura de la que hablaba antes. Pero no, el departamento de marketing ha pensado que con ese título el libro se podría pensar que era una historia de desencuentros amorosos... Supongo que el lector español es más estúpido que el inglés, donde se mantuvo el título, que también tiene esa acepción, y prefiere quedarse con uno más "apropiado" que lo pone como una historia bélica más. En todo caso, sin ser la mejor obra de Priest (creo que El Prestigio sigue por delante; aquí hay detalles que no me han acabado de convencer), es un libro recomendable para lectores inquietos que gusten de moverse por terrenos cambiantes que los pongan continuamente a prueba. No decepciona. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
Este texto no puede reproducirse sin permiso.