Experiencias Extremas, S.A.
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No se puede decir que la carrera de Christopher Priest esté orientada precisamente a afrontar problemas de índole social. Si descontamos Fuga para una isla (1972), que indaga en las posibles consecuencias de la inmigración masiva proveniente de países africanos, el resto de su obra está más inclinada a tratar temas que afectan al individuo como persona, su relación con los demás y la forma que tiene de afrontar la realidad en la que vive inmerso. Experiencias Extremas, S.A., sin abandonar esta vertiente, retoma la perspectiva presente en la novela antes mencionada para ofrecernos su visión sobre uno de los asuntos más en boga hoy en día: el problema de la violencia en que se utilizan armas de fuego (que ha tratado, por ejemplo, Bowling for Columbine). Pero más que profundizar en sus causas, como hacía el filme de Michael Moore, utiliza su historia para ver cómo afecta a la persona que la sufre indirectamente y cómo contempla la sociedad dichos sucesos. Y el resultado es lúcido y sorprendente. Priest hace crecer la narración de un par de hechos que en el pasado le afectaron muy de cerca. Como contó en una reciente visita a Madrid, a finales de los 80 estuvo en las proximidades de una experiencia extrema (sucesos en los cuales, sin motivo aparente, alguien coge todas las armas que hay en su casa, se acerca a un lugar público y empieza a disparar contra todo lo que se mueve) acaecida en Hungerford. No sólo residía cerca de esa población sino que estaba conduciendo por sus calles cuando un perturbado inició su particular carnicería, que afectó a una treintena de personas (15 víctimas mortales) y trastocó la vida de todos los habitantes del lugar. Por otro lado, a su mujer, Leigh Kennedy, escritora de ciencia ficción estadounidense conocida en España como autora del zoofílico Su cara peluda, le incomodaba en grado sumo el aire que se respiraba en su hogar Tejano, con vecinos que tenían auténticos arsenales, y se vino a vivir a Europa. Resulta obvio que ambas circunstancias se encuentran recogidos de forma nítida en la trama, especialmente en su protagonista, Teresa Simmons. Simmons es una agente del FBI que ha sufrido en sus propias carnes la dureza de las experiencias extremas. Primero durante su entrenamiento en el FBI, donde en un simulador de realidad virtual ha tenido que enfrentarse a decenas de esos vívidos acontecimientos mientras aprendía a sobrevivir y neutralizar a los asesinos, y después en su vida personal: su propio marido acaba de morir en una. Destrozada, descubre que el mismo día en que era asesinado, en Bulverton, un pueblo (ficticio) de Inglaterra, ocurría un hecho muy similar con el que comparte extraños paralelismos. Decidida a encontrar qué se esconde detrás de esa casualidad, pide una excedencia en su trabajo y viaja hasta el pueblo, todavía recuperándose de la catástrofe. A través de ella y de los afectados que conoce en Bulverton, fundamentalmente los dueños del hotel donde se hospeda, penetramos en el dolor de las víctimas y cómo intentan rehacer sus vidas, ya sea olvidando o buscando una explicación para hechos que difícilmente la tienen. Asimismo, confrontamos la perspectiva de alguien que ha estado toda su vida relacionada con las armas (hija de un oficial del ejército del aire, en su casa había todo tipo de armas a disposición de quien quisiese utilizarlas, trabaja en el FBI,...) y la obscena fascinación que le produce su uso, a sabiendas de que han sido las que le han arrebatado lo que más amaba en este mundo. Ambos aspectos están amplificados por el habitual lenguaje austero de Priest, a lo que esta vez se une una estructura en la historia más convencional que se aleja de los "juegos" literarios de La Afirmación o El Prestigio. Detrás de esto, que podríamos etiquetar como evidente, aguarda la realidad virtual. Esta herramienta, único componente de ciencia ficción presente en Experiencias Extremas, S.A., es utilizado como en los buenos libros de género para ahondar en las debilidades humanas y exponer aspectos muy diversos sobre nuestra condición. Teresa acude a ella como medio para descubrir qué pasaba por la cabeza del asesino de Bulverton e investigar cómo cometió su crimen. No obstante, como la mayoría de nosotros, es frágil y acaba sintiendo una adicción brutal por el medio, explorando sus posibilidades hasta las últimas consecuencias y utilizándola como válvula de escape que le distancie de sus obsesiones. Asimismo asistimos a una denuncia soterrada de la vanalización de la violencia que se realiza día a día desde los medios de comunicación, las películas o los juegos de ordenador. Ésta no se nos muestra como algo elegante o atractivo, sino en su cruel realidad, desnuda, absurda,... Por suerte, lejos de adoctrinarnos, Priest no exhibe moralejas explícitas fáciles de aprehender, sino que deja al lector la capacidad de valorar lo que está observando y llegar a sus propias conclusiones. Lo único que escama de su perspectiva es su excesivo pesimismo respecto al uso de esta nueva tecnología; sólo muestra un par: practicar la violencia en juegos de tiro al blanco con dianas humanas y convertirse en actor porno a la mayor gloria de las películas X de Tracie Lords. Aunque el uso que el género masculino le de a internet no sea muy lejano a éste (ahí se encuentran las estadísticas) esperaba un poco más de confianza en nosotros mismos. Y como novela de Priest que es, además de los constantes guiños en forma de habitaciones blancas, juegos de espejos, dualidades ambiguas,... resultaba ineludible su repaso a la objetividad de los narradores, esta vez menos evidente al no ser Teresa la que nos cuenta su propia historia como sí ocurría con los protagonistas de La Afirmación, El Glamour o El Prestigio. Incluso, a pesar de que el lector habituado a su estilo espere el acostumbrado fin de fiesta, las sorpresas que aguardan llegan a descolocar al dirigirse los sucesos siempre hacia una dirección no esperada. Recapitulando: personajes sólidos con arranques de rabia y debilidades que los hacen más humanos, un tema de actualidad, una estructura bien pensada, un lenguaje claro y directo, una tecnología inexistente expuesta sin agujeros, un final deliciosamente ambiguo... convierten Experiencias Extremas, S.A. en un libro que se disfruta mientras se lee y que perdura una vez concluido. Palabra. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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