Por el tiempo
|
En la mayoría de las narraciones de finales de los 60 y comienzos de los 70, Robert Silverberg utilizaba situaciones típicas de la ciencia ficción para desplegar sus conocidas obsesiones, quedando el primer contacto, la inmortalidad, las construcciones extraterrestres o la telepatía como una base apenas desarrollada donde apoyar el resto. Sin embargo no siempre obró de esa manera. En contadas ocasiones, como en Regreso a Belzagor o Tiempo de cambios, además de desplegar su repertorio habitual, trabajó a fondo en lo que podríamos llamar escenario, los temas más comunes del género. En el particular caso de Por el tiempo, que ahora comento, se dio un baño total en los viajes en el tiempo, elaborando toda una serie de estructuras que no era tan necesario plantear y que hacen sumamente creíble su uso con motivos turísticos. Porque, habiendo dinero, ¿quién se resiste a darse un garbeo por el foro romano del siglo I d.C., observar desde una prudencial distancia a batallas como las de Navas de Tolosa o asistir a una lección de Santo Tomás? Lo que no se puede es dejar al libre albedrío del ciudadano de a pie el uso de este recurso; es necesario guiarle para que no se desmande. Así, se viaja en grupos de aproximadamente media docena de personas que son asistidos por un guía, siguiendo un tour preparado con antelación que garantiza una visita a los momentos estelares de la Historia de un imperio, continente o país a través de lo ocurrido en un lugar concreto. Porque el viaje sólo es "temporal", nunca "espacial". Los guías, a parte de conocer a fondo el recorrido, son los encargados de asegurarse que los turistas ni tengan ni causen problemas. Matar una mosca no crea cambios significativos; las alteraciones son rápidamente corregidas por el propio tiempo. Pero asesinar a Mahoma antes de que huya de la Meca traería toda una serie de consecuencias catastróficas que trastocarían por completo la Historia. Y no hacen nada mal su trabajo, aunque el ser las estrellas de la función los ha convertido en un atajo de sin vergüenzas que tan pronto trafican con objetos del pasado como aprovechan para relacionarse, en el amplio sentido de la palabra, con la jet set de la época. Y como Silverberg parece sentir especial predilección por el Imperio Romano de Oriente, en Por el tiempo se asiste a la creación, desarrollo y caída de Bizancio, con vistazos a sus instantes críticos. Un sucinto pero satisfactorio repaso a sus mil años de existencia, desmitificando a sus gobernantes más conocidos o revisionando la importancia de la religión en su malhadada Historia, que no se hace de forma secuencial, sino a través de varios viajes sucesivos que despliegan amenamente este complejo puzzle. Aunque no puede faltar la habitual mención a la crucifixión de Cristo y otros hechos capitales para occidente como la inmensa plaga de la Peste Negra que asoló Europa a mediados del siglo XIV. Toda esta parte que toca la ciencia ficción está muy conseguida, y el juego de paradojas que se establece es estimulante. De hecho la sucesión de éstas que aparece en el último tercio convierten la narración en un tour de force difícilmente cuestionable que mantiene el cerebro carburando a todo trapo. Quizás, analizado con un poco de espíritu crítico, el uso del viaje en el tiempo tiene serios agujeros; por ejemplo paradojas como la de la acumulación, que aparece siempre que viajas hacia atrás para ver algo en concreto y te encuentras con todos los viajeros del tiempo que han ido allí antes que tú, pudiendo provocar que haya millones de personas mirando donde al principio sólo había una decena, lo harían inviable. Pero es algo que se puede obviar ya que, en el contexto creado por el autor, puede tener una explicación razonable. ¿Y qué ocurre con el otro 50% de la novela, el Silverberg más nueva olero, el que quería romper con los tabús? Pues que está obsesionado con acostar a su alter ego con su abuela, y a todos los personajes con los primeros individuos atractivos que se le ponen delante. Y, la verdad, dentro de la historia, por muy "liberados" que sean todos, es un recurso argumental completamente forzado y demencial. No porque alguno tenga esa necesidad, sino porque parece ser un camino inexorable para todo aquél que quiera ser considerado como guía temporal de pleno derecho. Igualmente, al final (no se puede hablar mucho, para no despertar sospechas) no hay una explicación de por qué es el personaje principal el que se ve afectado por la gran paradoja temporal planteada. Porque, si hay que tirar una aguja en un pajar para que no la encuentren... ¿no sería más fácil alejarla por completo de una de las vigas, donde pueden quedar huecos visibles? ¿No la tirarías en un punto medio donde sea imposible encontrarla? En resumen, no está a la altura de sus mejores libros que he ido comentando por aquí pero es una buena novela. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
Este texto no puede reproducirse sin permiso.