Las fuentes perdidas |
No se puede negar que el 2003 está siendo un buen año para la literatura fantástica que, escrita en castellano, aparece en las colecciones profesionales de género. Minotauro publicaba en abril, después de más de 40 años de existencia, la primera novela de un autor español en su colección: La espada de fuego de Javier Negrete; a lo que se unió la primera edición de su premio que se falla a final de año. Otras editoriales como Ediciones B, Bibliópolis o Gigamesh no se quedaron atrás y anunciaron la publicación de una serie de obras que poco a poco irán viendo la luz. Curiosamente, ha sido la menos publicitada de todas la que ha llegado antes al mercado. La Factoría de Ideas, en su colección Solaris, ha publicado la primera novela de José Antonio Cotrina, un joven escritor vitoriano con una interesante bibliografía que se distingue por un hecho peculiar, poco común en nuestra moderna literatura fantástica: crear escenarios sólidos donde desarrollar varias de sus historias. A diferencia del mercado anglosajón, donde los escritores están más acostumbrados a dar forma a universos creativos a los que volver de vez en cuando a situar ciertos relatos, aquí en España no ha sido moneda de curso; quizás porque no ha habido un tejido profesional que permitiese a nuestros autores ganarse los garbanzos con la escritura de forma continuada. Salvo ejemplos muy determinados surgidos en los bolsilibros, pocos se pueden señalar. Quizás los ejemplos más claros los tengamos en Javier Redal y Juanmi Aguilera con sus historias enclavadas en el cúmulo de Akasa Puspa o Rodolfo Martínez con su universo Drímar, con escaso bagaje en ambos casos. De ahí la sorpresa al descubrir cómo un autor que apenas ha cumplido 30 años, y con la mayor parte de su producción fechada en los últimos 5, ha situado los más importantes, tanto en número de palabras como en resonancia entre los lectores, en sendos escenarios, ilusionantes, bien construidos y con un potencial difícilmente cuestionable. El primero, claro heredero del cyberpunk, lo hemos podido seguir en dos novelas cortas: "Salir de fase" y "Mala racha". El segundo, más fantástico y lleno de posibilidades, se desarrolla en torno a la presencia de un mundo mágico escondido en las proximidades de nuestra realidad, habiendo sido más frecuentemente visitado. A veces de forma nítida, en relatos como "Entre líneas" o "Lilith, el juicio de la Gorgona y la sonrisa de Salgari". Otras de forma tangencial, en "Destino Soberbia", "Tres noches y un crepúsculo" o (muy muy tangencial) "La Pirámide". Es en éste donde se enclava Las fuentes perdidas, que a pesar de tener relación con todos los anteriores se puede leer sin necesidad de conocerlos. Su trama toma la apariencia de una historia de carretera donde un variopinto grupo de oscuros personajes, que ocultan secretos que se irán desvelando por el camino, sale a la busca de las fuentes del título, uno de los misterios furtivos soñados por la humanidad desde tiempo inmemorial y que son capaces de otorgar los deseos más íntimos a aquellos que se bañen en ellas. Durante su recorrido jugarán también el papel de espontáneos presentadores de ese mundo-tras-el-nuestro, con unas reglas determinadas, variopinto, lleno de colorido, evocador, a ratos idílico, otras insano y siempre repleto de peligros. Lo más duro que se puede decir sobre la novela es que amalgama mil y un elementos que rememoran, intencionadamente o no, incontables "fuentes". Como ocurría con Negrete y La espada de fuego, tenemos a unos dioses Lovecraftianos que no habitan en este plano pero al que vuelven cuando se los invoca; persecuciones sacadas de películas de serie B como "Pitch Black"; escenarios y situaciones que recuerdan a los westerns más arquetípicos (como el fuerte en el que tienen que refugiarse ante la amenaza de los "indios"); ensaladas de tiros por doquier extraídos de las películas de acción made in Hong Kong; ciudades que traen a la memoria las oníricas urbes de Calvino, como la planicie Montaraz o la apenas entrevista Cicero,... Y parece más que evidente que su protagonista, Delano Gris, está inspirado en uno de los grandes personajes que ha dado el cómic en los últimos veinte años, el investigador de los extraño John Constantine, con el que comparte muchos rasgos: apariencia y pose inicial, gusto por el tabaco, facilidad para meterse en problemas, una hermana que juega el papel de confidente y una sobrina que se está iniciando en los caminos de lo sobrenatural,... Aunque frente al chulesco, prepotente, manipulador y cabrón de Constantine tenemos un Delano vulnerable, cobarde, con un pasado atroz que le persigue, lleno de dudas y al que sacan una y otra vez las castañas del fuego sus compañeros. Mucho más humano y acorde con lo que se cuenta (lo inexplicable y lo excesivo han de producir temor). Los sucesos siguen un previsible hilo lineal, que no se aleja de lo que debe ser pero que tampoco penetra en terrenos sorpresivos, acudiendo más de lo debido al Deus ex machina de lo sueños de Delano como revulsivo cada vez que la aventura parece encontrarse en un callejón sin salida. Algo que al final cobra sentido pero que llega a parecer forzado. La redención por esta falta se consigue con creces gracias a la decadente naturaleza interna de los acompañantes de Delano, que albergan una serie de enigmas, dosificados con cabeza a través de sus pequeñas historias personales, que aportan el necesario grado de incertidumbre para mantener alto el interés. La combinación de todas estas características puede llegar a ser, en algún momento, estridente (eso de ver cómo la magia se combate a tiros no es plato de gusto). No obstante, como bien ha sugerido Luis G. Prado, estamos ante un autor que puede etiquetarse como el Neil Gaiman hispano, capaz de asimilar todo tipo de referencias y mitos para situarlos en una misma narración, construida con cimientos sólidos, donde priman la aventura sobrenatural y los personajes atractivos. Como toda comparación es un tanto injusta per se, sobre todo porque todavía tiene que pulir un poco sus modos, pero Cotrina no sale mal parado. De hecho, si bien la fabulación de los mitos y su mundo sea menos elaborada que la realizada por Gaiman en sus relatos, considerada como un todo resulta más solvente que (por ejemplo) Neverwhere o American Gods, su última y multipremiada novela. Independientemente de las pegas que se le pueden (o quieran) poner, Las fuentes perdidas es una aventuras rica, bien llevada y consecuente, que se mueve por un territorio más que consistente y que deja un agradable resgusto final con sabor a promesa; estamos ante una piedra fundamental en el camino de una de las voces prometedoras del fantástico europeo y, por qué no decirlo, mundial. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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