Choque de reyes
George R. R. Martin
Gigamesh
A Clash of Kings
1999

Noviembre de 2003
928 páginas
Traducción de Cristina Macía
Canción de hielo y fuego 2
Ilustración Corominas

Choque de reyes es el segundo acto de Canción de Hielo y Fuego y ratifica una a una las buenas sensaciones causadas por Juego de tronos. Después de más de 1700 páginas, que apenas constituyen un tercio de lo que va a ser toda la historia, se puede afirmar que en la moderna fantasía heroica va a haber un antes y un después a este gigantesco culebrón, que nos tiene atrapados a millones de lectores de todo el mundo con algo más que un carrusel de sensaciones.

No es muy habitual observar cómo un autor crea un mundo de ficción tan consistente y documentado, donde se muevan con virtuosismo varias decenas de personajes tan bien perfilados que evolucionen de una forma completamente natural, hasta despertar la comprensión, complicidad y/o animadversión del lector. Detrás subyace el consumado contador de historias que es George R. R. Martin, un hecho que no por repetido deja de ser menos cierto. Dicha faceta se aprecia sobremanera en algo que en escasas ocasiones se observa en una novela, especialmente si tiene más de 400 páginas. Pocas son las palabras que le sobran, y cada pasaje alberga en su interior su propia razón de ser.

 Aunque, a fuerza de ser sincero, la rotundidad que tenía esta afirmación en el anterior libro aquí pierde veracidad y está abierta a ligeras discusiones. Frente a la uniformidad en la evolución de los personajes que había en Juego de tronos, aquí los cambios ya no se producen al mismo ritmo. De hecho hay uno que había cautivado a todo el mundo, Daenerys, que apenas hace nada digno de mención, hasta el punto de poner en duda que goce el mismo protagonismo que el resto. No obstante, infiero que tiene una explicación. Se nota a la legua que estamos ante un lazo entre el planteamiento de la anterior novela y el primer desenlace que vendrá con la siguiente (faltarían 3 libros más todavía inéditas en origen). La trama avanza, pero a un ritmo distinto. Y aunque hay alguna que otra tormenta en su interior, se podría decir que es la calma que hay entre las tempestades.

Entrando en vereda, como su propio título indica, Choque de reyes sigue moviendo las fichas en el gigantesco juego a varias bandas que se realiza sobre los Siete Reinos, en el que hay cuatro autoproclamados Reyes enfrascados en una guerra por el poder que los enfrenta de manera diversa. De nuevo asistimos a la conflagración de la mano de una decena de personajes, que jugarán el papel de observadores parciales y que nos depararán continuas y renovadas sorpresas.

Entre ellos existe una terna que juega un papel esencial: Catelyn, Sansa y Arya Stark. Los libros de fantasía suelen estar protagonizados por un conjunto de personajes predominantemente masculinos, en el que las mujeres terminan siendo meros acompañantes de limitada importancia, quedando relegadas al papel de secundarios de lujo o como mero motivo inspirador del héroe de turno. Martin huye de los tópicos y las utiliza para introducir el punto de vista femenino en la historia, lo que transmite las terribles sensaciones despertadas por la madre separada de su marido y sus hijos, o da lugar a crudas conversaciones que ponen los pelos de punta, como las que mantiene Cersei con Sansa acerca de la naturaleza del poder en la corte. A su vez, se experimenta el despiadado festival de sinrazón que padecen los pobres campesinos que ven cómo los fuertes de uno y otro bando arrasan cruelmente con ellos.

Perdido el personaje de Ned Stark, ganamos dos nuevos narradores a la estructura coral que defienden bien su rol pero no aportan nada novedoso. El caballero Davos Seaworth retoma el papel de buena persona cuyo honor está por encima de todo, y sirve para seguir la acción de uno de los contendientes: Stannis Baratheon. El otro, Theon Greyjoy, demuestra algo que ya habíamos experimentado: no debemos fiarnos de cómo alguien ve un personaje; detrás es completamente diferente. Jamás cae en el fácil maniqueísmo buenos-malos,  y las víctimas son susceptibles de transformarse en verdugos cuando cambia el "foco".

En este repaso no puedo olvidarme de ese "monstruo" de múltiples recursos, irónico y sagaz que, aun padeciendo una tremenda tara física se gana a pulso la complicidad de todo el mundo: Tyrion Lannister. Aunque, a mi modo de ver, empieza a ser un poco cargante. Resulta harto evidente su función como personificación del escritor en su obra, que lo hermana con Haviland Tuf, el inolvidable y verborreico protagonista de Los viajes de Tuf, que molestaba de lo tan tan tan brillante que era. Se la podían dar con queso alguna vez... Eso sí, en su descargo hay que decir que la vida no le lleva siempre por caminos de rosas.

Tampoco puedo dejar de citar el excelente arranque que goza la novela, presidido por la aparición de un cometa que es interpretado de forma muy diversa en cada pasaje, completándose un abanico de lecturas lleno de colorido. O el estupendo final, con la primera batalla narrada de la saga y que se convierte en un monumento de narración bélica equiparable al realismo conseguido por Bernard Cornwell en sus libros o los primeros veinticinco minutos de Salvar al Soldado Ryan.

Por último, a pesar de todo lo que he dicho, noto a Martin mucho más tramposo de lo debido. Se hace un uso y abuso desmesurado de los cliffhangers, cosa nada preocupante porque esto es un folletín y así se consigue que el lector esté todavía más frenético por saber qué ocurre. No obstante, algunos de ellos que no puedo citar para no reventar la historia, son abiertamente tramposos y "fáciles", escapándose de la naturalidad con la que están bañados la mayoría. No es un hecho que preocupe demasiado porque pronto te olvidas de ello, pero creo que a este escritor le podemos exigir más porque ha dado muestras sobradas de que puede dárnoslo.

En todo caso, una vez terminado, las sensaciones no pueden ser más intensas para el siguiente acto. Tormenta de espadas, prevista para mediados/finales del año que viene, qse prevé repleto de acción, giros argumentales y sensaciones a flor de piel. Siempre solemos quejarnos de lo rápido que pasa el tiempo. Ahora tenemos un pequeño motivo para alegrarnos de ello.

Un extracto de este comentario fue publicado como reseña en el número 22 de la revista Solaris.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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