La Guardia Fénix
Steven Brust
Gigamesh
The Phoenix Guards
1991

Marzo de 2002
Traducción de Estela Ponisio

412 páginas
Ilustración Corominas

Los remakes de antiguas películas se han convertido en un género autosuficiente que regresa periódicamente para demostrar que, cuando la escasez de ideas aprieta, no hay nada como copiar al pie de la letra una tonada con el único fin de reintroducirla en el mercado y producir nuevos beneficios con un mínimo gasto neuronal. En el mundo de las letras se podría decir que estamos un poco a salvo de ellos, ya que estos todavía no se producen. Sin embargo sí que nos llegan asiduamente bajo la forma de los llamados "homenajes" y de la "toma de ideas" (diplomática manera de evitar el término plagio). No hay más que mirar toda la pseudo literatura nacida a la sombra de "El Señor de los Anillos", libro que se ha convertido por méritos propios en La Suma Teológica de la fantasía heroica moderna, explotado vilmente hasta la saciedad.

Steven Brust, escritor norteamericano que había destacado en sus tres novelas publicadas hasta ahora en nuestro país como un hábil artesano de la vertiente urbana de este género, siempre ha intentado buscar nuevos caminos en ese terreno tan trillado. Para ello, en La Guardia Fénix juega con unos elementos diferentes a los que se han convertido en norma: "homenajea" sin ningún pudor los folletines de capa y espada de toda la vida y a su obra más representativa, Los tres mosqueteros. Sin embargo, este supuesto hálito de aire fresco por cambio de registro termina siendo la tumba de la novela; en ningún momento se realiza la más mínima variación para adecuar esa estructura a nuestros tiempos.

Su primera maniobra consiste en utilizar el recurso del narrador dentro del libro. De esa manera, cuenta los hechos a través del pomposo verbo de Paarfi se Bosqueredondo, una invención suya con la que reproduce de forma bastante fiel el sonido de narradores como Sabatini. Pero, a pesar de este leve éxito, naufraga estrepitosamente a la hora de construir los diálogos que surgen entre los personajes. Es cierto que, por ejemplo, Dumas utilizaba la misma técnica que usa Brust: crear unas larguísimas charlas de ritmo vertiginoso en el que los personajes se solapaban entre sí continuamente. Sin embargo, hoy en día, resulta cargante que para revelar cierta información que se podría haber obtenido en 3 líneas se necesiten dos páginas repletas de diálogos superfluos.

Pero todavía hay algo más decepcionante. Exige una ingenuidad y una inocencia que ningún lector puede ofrecer hoy en día. El 100% de los elementos que se pueden encontrar están entresacados de la célebre obra de Dumas, resultando Brust completamente incapaz de aportar nada de su propia cosecha, cayendo en el defecto capital en el que ninguna novela de aventuras puede caer: que no haya sorpresa alguna. Ahí tenemos a nuestros cuatro personajes camino de formar parte de la guardia del rey, los duelos por las más nimias causas, la consabida conspiración para ocupar diferentes parcelas de poder, la femme fatale, las emboscadas en la ruta, el sano compañerismo... Es tan previsible que hasta se utiliza la típica triquiñuela de hacer creer al enemigo que se tiene un ejército por el conocido medio de meter mucho ruido y correr de lado a lado en la oscuridad.

Todo esto me hace preguntarme si Brust está jugando con el lector como hizo Norman Spinrad con El sueño de hierro, donde a través de otro narrador de ficción, un Adolf Hitler de una tierra alternativa emigrado a EE.UU., arrasaba con el  fantasías masturbatorias de poder adolescentes que han formado parte de la ciencia ficción durante décadas; la clave del asunto es cuestionarse si no se está riendo de toda una serie de obras que, leídas hoy en día, no son más que vulgares novelas de aventuras, muy divertidas y entretenidas, pero con personajes arquetípicos, excesivamente maniqueos dentro de su simplicidad, y con tramas más ingenuas que un episodio de Heidi. Sin embargo esa finalidad queda demasiado sepultada por la impericia de Brust. Es incapaz de aportar a La Guardia Fénix el tono satírico que rebosaba en la obra de Spinrad. Además, después ha seguido explotando el éxito de esta novela con otra que la continúa, por lo que todo hace sospechar que no estamos más que ante el inicio de otra productiva muchología que no parará hasta que cese su éxito.

¡Ojo! Brust es un narrador competente y te lleva sin problemas desde la primera hasta la última página, pero se le debe exigir mucho más, sobre todo si se han escrito novelas tan trepidantes como Yendi: Duelo de Rufianes o Treckla: Revuelta en Adrilankha.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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