Canciones que cantan
los muertos Relatos que contiene:
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Poco a poco van cayendo uno tras otro los pocos libros de Martin que me faltaban por leer. Tanto como que únicamente estoy a la espera de encontrar un hueco para lanzarme sobre Refugio del viento, que he tardado bastante en conseguir y que ya está en la archiconocida pila de libros. Y la verdad es que da gusto el haber podido leer durante este último mes sus dos colecciones de relatos publicadas en nuestro idioma: Una canción para Lya y ésta que comento. Así he podido seguir mejor su evolución temática y estilística, apreciando cómo ha pulido defectos a medida que profundizaba en su etapa de rodaje hasta llegar a la madurez, de la que Canciones que cantan los muertos resulta pieza clave. Lo primero que se constata al leer cada uno de los relatos es que después de la ambientación decididamente ciencia ficcionera de sus primeros cuentos, a finales de los setenta dio un decidido giro hacia el terror, que ya había cultivado con anterioridad aunque no lo prodigase mucho. Esto es fácilmente contrastable si se considera este volumen en su conjunto o la novela Sueño del Fevre, donde daba su visión del mito vampírico muy lejos tanto del amaneramiento en el que le había sumido Anne Rice con Entrevista con el vampiro como de la visión más clásica puesta de nuevo de actualidad por Stephen King en El misterio de Salem´s Lot. También se puede observar que, lejos de inventar fórmulas nuevas, Martin realiza un lavado de cara a antiguos conceptos de la literatura fantástica y los adereza con sus eclécticos gustos, que abarcan todas sus lecturas de juventud. Tal es el caso de El tratamiento del Mono, una divertida sátira del mundo de la imagen y de las dietas de adelgazamiento (que seguro que el propio Martin alguna vez ha experimentado dada su inmensa "personalidad") y que renueva con vigor una temática tan clásica como el de las tiendas mágicas; esas historias en las que un hombre entra en un extraño establecimiento, adquiere un artilugio inverosímil de cualidades casi milagrosas y que acaba siendo la fuente de su desgracia. Aquí el comprador, un más que orondo personaje, adquiere un mono que, situado tras su cabeza, le augura una rápida reducción de peso por un mecanismo que al principio provoca más de una sonrisa para terminar produciendo verdadera congoja. Otra fuente que aparece reflejada es la de las naves generacionales, de la que En la Casa del Gusano es díscola heredera al introducir de forma muy natural algo tan difícil de situar en la ciencia ficción como los mitos de Lovecraft, ese terror antiguo y primigenio que surgía del pasado para golpear con extrema crueldad nuestro presente. Destacable resulta el opresivo ambiente que se crea cuando los protagonistas penetran en unos oscuros túneles donde el peligro se siente a cada paso y que transmiten algo más claustrofobia, por no hablar de lo bien que está tratada la pobredumbre intrínseca a un pueblo que ha olvidado su pasado y ha caído en la más absoluta barbarie. El tercer relato de puro horror es el inolvidable Los reyes de la arena, una de esas historias que da igual las veces que hayas leído; siempre está ahí para producirte las mismas sensaciones. En él la maldad humana representada por el megalomaníaco Simon Kress se topa con unos seres que, de sufrir en silencio sus canalladas, vuelven las tornas al escapar a su control y transforman su vida en un verdadero infierno del que ni siquiera nosotros podemos escapar. Sus páginas desprenden tal desasosiego que no se puede dejar aparcada su lectura por un momento, lo que reafirma la desbordante capacidad narrativa de Martin y su innegable sentido del ritmo. El póker de ases lo culmina Esta torre de cenizas, que se aleja del tono de los anteriores para incidir en el de su obra maestra, Muerte de la luz, y del que a todas luces es su fuente original (fue publicado un año antes) al compartir elementos como el inevitable deseo de recuperar un amor perdido o un escenario en franco declive. Por último, los otros dos cuentos que aparecen no están a la altura de los cuatro comentados. Los hombre de la aguja es el más flojo y recuerda a esos thrillers médicos tan de moda últimamente, explorando el miedo a los ladrones de órganos años antes de que se pusiesen de fehaciente actualidad. Y aunque su desarrollo es atractivo su acabado es desigual y rutinario. Bastante más satisfactorio es Recordando a Melody, que retoma su gusto por actualizar los mitos, en este caso de las antiguas historias de fantasmas en los que estos volvían de la muerte para recordar a los vivos su condición. Una melancólica historia acerca de lo difícil que resulta mantener una relación de amistad, la caída en desgracia, la culpa y la hipocresía. Después de haber leído mi opinión creo que queda claro que Canciones que cantan los muertos (título que puede conducir a más de un equívoco dado su contenido) es una antología absolutamente imprescindible para los lectores de literatura fantástica en su acepción más amplia y que gusten de las buenas historias y del mestizaje de géneros. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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