La faz de las aguas
Robert Silverberg
Grijalbo
The Face of the Waters
1991
 1993
Traducción Diana Falcón
510 páginas
Cubierta SSD

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La tercera etapa de Robert Silverberg como escritor, iniciada en el año 79 con la publicación de El castillo de Lord Valentine, es una curiosa síntesis de sus dos fases anteriores. La de los años 50, centrada fundamentalmente en el space opera más digerible, y la de las dos décadas siguientes, más preocupado en explorar el mundo interior del ser humano a través de las excelentes herramientas que proporciona la ciencia ficción. Así, salvo las excepciones de rigor, encontramos historias de aventuras sencillitas como las de Majipur o su revisitación del mito de Gilgamesh, con protagonistas algo más complejos de lo habitual en una novela de aventuras y ecos atenuados de sus temas recurrentes. Eso los convierte en libros ocasionalmente disfrutables que no alcanzan, ni de lejos, lo que había escrito dos décadas antes.

La faz de las aguas no se limita únicamente a ser un ejemplo más de esto, sino que resulta un llamativo híbrido entre la producción habitual de Silverberg y la del gran artesano de la ciencia ficción en paisaje exótico: Jack Vance. Una parte fundamental de la narración se dedica a describir el complejo escenario en el que transcurren los hechos; Hydros, un mundo donde la tierra firme no existe, el mar rebosa de vida y una compleja variedad de extraños seres acechan a unos seres humanos que han sido abandonados a su suerte.

Lo que no deja de ser curioso es cómo un autor que siempre había hecho gala de una concisión reconfortante, cuyas novelas difícilmente sobrepasaban las doscientas páginas en sus ediciones de tapa dura, hizo suya la filosofía bestsellera de cuanto más mejor y se dedicó con ahínco a escribir novelones que se podrían haber contado en muchas menos páginas. Cuando, como es el caso, no por dedicarle todo el espacio que le dedica el ecosistema o la sociedad humana radicadas en Hydros están más (ni mejor) detalladas que las presentes en otros de sus títulos donde también se dedicaba a crear un mundo, como en Regreso a Belzagor.

Pasando a la trama, presenta una factura correcta pero poco variada. Estamos ante la típica historia en la que un heterogéneo grupo de personajes, para sobrevivir, se ve obligado a viajar hacia un objetivo muy lejano, atravesando todo un cúmulo de penurias en las que explotarán todo tipo de tensiones y muchos pasarán al otro barrio. Y en ella se insertan motivos tan "novedosos" como el planeta prisión, la complicada convivencia con los nativos, la explotación sin escrúpulos de los recursos naturales, un pueblo que ha perdido sus raíces, la navegación por aguas infestadas de "tiburones" (que recuerdan a los presentados por Greg Benford en A través de un mar de soles). Sólo le falta el niño para asemejarse a Waterworld.

Lo interesante es que al final recupera un elemento que estaba muy presente en cuentos como "Nave hermana, estrella hermana" o novelas como la citada Regreso a Belzagor: las especies sintientes del universo forman un todo y si algún día queremos alcanzar la paz interior debemos entrar en comunión con ellos para volver a ser un sólo ser. Y se aprecia un matiz adicional; una evolución en el pensamientos de Silverberg que ya estaba presente en Tom O´Bedlam. El protagonista llega a plantearse si le interesa perder su individualidad, si está dispuesto a sacrificar parte de lo que le define en pro de vivir en una armonía que, también, le aterra. Algo completamente razonable y, si todavía cabe, más humano.

La faz de las aguas queda como una novela mediocre que entretiene y que, en otras circunstancias, podría haber sido mucho más. Pero Silverberg no está ya para los esfuerzos que requiere ese ir más allá de lo venial.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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