Siembra de jade |
Al hablar de esta novela hay un nombre que va a surgir de forma ineludible: Tim Powers. No es una simple cuestión de encasillar a su autor, Alex Irvine. Es una constatación de que Siembra de jade reproduce casi de pe a pa el esquema Powersiano por excelencia, un aspecto que invita al optimismo. Ya iba siendo hora que comenzasen a llegar a España seguidores de la escuela "iniciada" por este paranoico tan aficionado a las conspiraciones en la sombra, el sufrimiento extremo y la fantasía heterodoxa. Más si tenemos en cuenta que en sus últimas novelas publicadas en castellano, la densísima La última partida y la sobredimensionada Declara, se apreciaba una ostensible pérdida de pegada. Sin embargo se nota a Irvine falto de rodaje. Normal si se considera que Siembra de jade es su primera novela. Estamos ante una historia dentro de la Historia que se desarrolla en los EE.UU. a mediados del siglo XIX, durante los convulsos años que un par de décadas más tarde desembocaron en la guerra de secesión. En la cueva del Mamut, una inmensa caverna situada en el estado de Kentucky, Stephen Bishop, guía negro que se dedica a acompañar a los visitantes y, en sus ratos libres, explorarla, descubre los restos de una momia azteca que lleva siglos en su interior. La momia acaba en Nueva York comprada por un ambicioso iluminado que espera sacar el máximo partido de ella, y allí se cruza en el camino de Archie Prescott, un aspirante a periodista manipulado por un jefe sin demasiados escrúpulos. Prescott todavía no se ha recuperado de la pérdida de su mujer y su hija en un espantoso y antinatural incendio, cuando tiene que enfrentarse a un horror que despierta y amenaza no sólo con acabar con su vida sino con cambiar para siempre la faz del continente. En esta trama tan típica de Powers nos encontramos con otros iconos usuales en su obra como el pobre hombre atrapado por unas fuerzas sobrenaturales que gobiernan su destino, las consabidas pérdidas vitales que le encaminan en una dirección dada o el lacerante sufrimiento físico y psicológico que forjan una determinación fuera de toda duda. Incluso, Irvine no se reprime y cae en la golosa tentación de introducir fugazmente un personaje histórico de postín para hacerle un guiño al lector. Por fortuna no se limita a calcar también el estilo sino que hace sus aportaciones, estableciendo un reparto con hasta tres protagonistas bien diferenciados, un hilo temporal nítido y continuo que marca la sucesión de los hechos, una narración uniforme que no es trepidante pero tampoco se aletarga, además de hacer un uso de la Historia más próximo a los primeros libros de Powers, como Las puertas de Anubis o En costas extrañas, que a sus justificaciones de ésta en clave fantástica de La fuerza de su mirada. Siembra de jade tiene mucho de escenario que se aprovecha para situar un argumento y poco de serie de hechos conocidos que se tienen que explicar en virtud de sucesos sobrenaturales. El contexto es vívido y está descrito con precisión y plenitud de detalles. De hecho gustará a los que hayan visto Gangs of New York o hayan leído el libro de Herbert J. Asbury en el que se basó; no hay mucha diferencia entre aquél Nueva York y éste dos décadas anterior. Comparten lugares, "tribus" y elementos muy efectivos como el incipiente conflicto asociado a la esclavitud o la visión de una prensa a mitad de camino entre el amarillismo y el arma política. Igualmente, Irvine realiza un atmosférico recorrido por el río Mississippi, y frente a las deidades clásicas, los mitos europeos y las presencias surgidas de determinadas cosmogonías literarias, utiliza seres y leyendas extraídos de la cultura azteca o los nativos norteamericanos, sendos factores que enriquecen el texto y le dan su propio sabor. No obstante, también tiene sus propias debilidades que amenazan la viabilidad de la narración. En mi caso personal, me costó más de lo necesario habituarme a toda la parafernalia típica de la cultura en que está centrada, demasiado inmersiva, y eché en falta un breve glosario de deidades al que acudir (algo fundamental cuando se descubre que dioses apenas hay unos pocos y los nombres muchas veces se refieren a diversos aspectos de un mismo ser). Después está el acusadísimo gusto de Irvine (mayor que el del propio Powers) por el deus ex machina; su uso es tan habitual que uno se termina acostumbrando a que cuando se llega a un tiempo muerto aparezca al monstruito de turno pegando el susto de rigor, o cuando no parece haber salida ahí está el brazo amigo para salvar la situación. Momentos como los hechos "causales" que le acontecen al pobre de Archie Prescott por las calles de Nueva York o su malhadado viaje en el barco de vapor, yendo a parar a, fíjate qué casualidad, la isla idónea (anda que no es "ancho" el Mississippi) son los ejemplos más visibles de una cadena que nos lleva desde la primera a la última página en un ejercicio de pésimo guiñol, en el que se le ven las manos en exceso. Y, finalmente, están unos protagonistas que, a pesar de pasar las de Caín, apenas importan y unos adversarios que, lejos de reunir el carisma necesario, resultan grises grises grises. Con estos matices, gustará a los seguidores de la intrigas históricas con componente fantástico. Y nos pone sobre la pista de un autor que, si mejora, habrá que seguir en los próximos años. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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