La búsqueda del asesino
Robin Hobb
La Factoría
1997
Assassin´s Quest
Traducción Manuel de los Reyes

La búsqueda del asesino

Serie de El Vatídico 5
2004

356 páginas
Ilustración de Michael Whelan

La senda del asesino

Serie de El Vatídico 6
2005
362 páginas
Ilustración de John Howe

A poco observadores que sean se habrán dado cuen de que cada reseña que escribo sigue aproximadamente un patrón fijo que se aproxima al que Julián Díez expone en su "Decálogo del crítico" (aunque no es algo intencionado; básicamente he aprendido de las reseñas que he ido leyendo desde hace más de década y media). Una parte importante de cada una es la que concierne a su argumento; en uno o dos párrafos acostumbro a relatar por encima la trama de la novela, sin reventar las sorpresas, para que el lector sepa un poco qué tipo de historia se va a encontrar. Sin embargo no siempre resulta fácil. Por ejemplo, en este caso, estamos hablando del tercer libro de una trilogía y desvelar su argumento conduce inevitablemente a revelar giros que sentará como una patada en la entrepierna si no se han leído las dos primeras entregas (Aprendiz de asesino y Asesino real) y se tiene la intención de hacerlo.

Claro, ahora es cuando viene Mr. Idea Feliz y pregunta por qué demonios alguien se interesa por la reseña de una tercera novela cuando no se han leído las dos anteriores. Pero hay por ahí gente muy rara que acostumbra a hacer "insensateces" de este calibre. Por ejemplo, infelizmente me dio por leer la contraportada de La búsqueda del asesino cuando todavía no había concluido Asesino real (ocurrente que es uno). Y ahí me encontré con uno de esos megaspoilers que no por previsto (a poco que se vayan siguiendo los acontecimientos, estaba claro lo que iba a ocurrir) deja de lado su condición de revienta historias definitivo. Inasequible al desaliento, mi frenesí lector no decayó. Como confirmaré más adelante Hobb se monta las cosas de muy buena manera. Pero oye, mira que los redactores de contraportadas las montan "guapas".

¿A qué viene todo esto? No sabía cómo comenzar el comentario sobre el último libro de la serie de El Vatídico y, a lo tonto, ya la tengo. Ahora ya puedo pasar sin temor a hablar sobre el contenido.

Lo peor que se puede decir La búsqueda del asesino es que lejos de convertirse en el desenlace que quizás debiera haber sido, fiel continuación de esa cresta de la ola que venía lanzada de la anterior novela, bordea por momentos el peligroso territorio del anticlímax. Sin ser necesario, Robin Hobb retoma la esencia del inicio de las anteriores entregas y retorna al moroso e intimista camino de presentarnos un nuevo (y esta vez inmenso) escenario ideal para profundizar una vez más en los personajes que sitúa en escena. Dicho entorno no se parece en nada al interior de Torre del Alce, donde se daban cita los propios de la vida de palacio con la cruel lucha contra los corsarios de la vela roja. Ahora Traspié comenzará un extenso y dilatado periplo por el interior de los Seis Ducados en los que conocerá a diversos caracteres que le pondrán a prueba o le ensañarán nuevas formas de ver el mundo mientras, a duras penas, se mantiene vivo.

Aunque la escritora tiene motivos para hacerlo, después de los hechos que se observan en La senda del asesino, cuando los planes del usurpador quedan por fin al descubierto, se antoja un viaje gratuito y, narrativamente, demasiado arriesgado para el fluir de la historia. Porque para realizarlo Hobb se ve obligada a pisar el freno y disminuir la velocidad de un vehículo que parecía lanzado, lo que pone en solfa el interés del lector, al que está a punto de perder cuando se sigue, zancada a zancada, bosque a pradera, ladera a valle, el extenso periplo de Traspié por los recovecos más recónditos de Haza, Lumbrales o, más tarde, el reino de las montañas.

¿Por qué no le sale mal la jugada a pesar de flaquear por momentos? Como siempre, varias son las razones en las que se apoya Hobb para desarrollar su jugada ganadora. Se continúa con el crecimiento interior de Traspié, un personaje que, a pesar de parecer "cerrado", sigue su coherente proceso de maduración. Por ejemplo, durante el arranque, cuando se daba por veraz la interpretación de todo lo que vio y vivió en Torre del Alce en sus últimas jornadas allí, se topa con la visión de los dos caracteres que más han influido en su formación; sus "padres" Burrich y Chade. Y de lo que ellos sale es un demoledor aldabonazo en esa carrera establecida durante todo El Vatídico para ahondar en la crueldad del relativismo y en el cúmulo de errores en los que Traspié incurre a lo largo de la serie. El pobre bastardo descubre en sus propias carnes que observar los hechos en primer plano, sin otra perspectiva más general, y dejarse guiar por sentimientos tan primarios como el odio o el rencor, conduce a situaciones evitables completamente contraproducentes para sus intereses.

Se sigue escudriñando su relación con otros personajes. Incluso, llegado el momento, entraremos un territorio nunca visto hasta ahora en El Vatídico ya que aunque la historia está contada en primera persona, tendremos durante más de 250 páginas a un grupo rígido de personajes protagonizando la acción alrededor de Traspié, lo que convierte la narración en una historia coral con varias voces interaccionando a la vez. Detalle que se agradece al sacarnos del acostumbrado Traspié y alguien más hablan sobre el tema X y que proporciona bastante vidilla a sus tribulaciones.

Especial mención merece todo lo que rodea al lobo Ojos de Noche, con el que se potenciará la simbiosis de personalidades debido al tiempo que pasan juntos y al lazo que comparten. Hechos que a la postre servirán  para desvelar el verdadero potencial de la Maña, que hasta ahora sólo conocíamos por el intuitivo uso que Traspié había hecho de ella y que asentará de forma definitiva su condición como vínculo humano con el orden natural. Lo mismo se puede decir de la Habilidad, que por fin revela su rostro como todopoderosa herramienta para controlar y manipular las emociones, recuerdos, sentimientos e ideales, su relación con la temida forja, que borra los valores de la mente de aquéllos que la sufren, y su condición como droga sumamente adictiva para aquéllos que la practican.

También vislumbramos la corrupción de Regio, un auténtico receptáculo de explosivo resentimiento; nuevas costumbres de los Seis Ducados y los estados que los rodean, lo que da mayor colorismo al escenario; retazos de la catastrófica defensa contra los corsarios de las velas rojas, que potencian el tono crepuscular de la trama; preciosas descripciones de los paisajes que van atravesando nuestros personajes; acertadas reflexiones sobre el fluir de la historia, las profecías y los aciertos de los profetas;...

Múltiples detalles que redondean una de las mejores series de fantasía heroica que he leído en los últimos años y que debiera romper el muro con el que ha chocado. Por imperativos editoriales, incomprensibles para los dos primeros libros, más razonables en este último, ha sido dividida en seis libros, perdiendo muchos lectores potenciales que en otra situación le habrían dado una oportunidad. Es necesario decir que las ventas han sido suficientes como para que ahora mismo se esté traduciendo Ship of Magic, primera novela de la trilogía (aquí hexalogía) Lifeship Traders. Un magro consuelo para el fulgurante éxito que podría haber sido, quién sabe si equiparable al de otras series como la de Canción de Hielo y Fuego o Geralt de Rivia.

© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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